Insisto: los mercados financieros no son el magma democrático que pretenden los intermediarios. Los mercados son una aristocracia regida por una serie de intermediarios que manejan el dinero de los demás a cambio de una comisión. Ese es el peligro de funcionar con el dinero ajeno, que no repara en gastos.
Pero además de no ser democráticos, los mercados financieros no producen nada: sólo tiempo. Tampoco aportan nada al bien común: sólo se aprovechan del hecho de detentar más dinero –dinero de los demás- en las mismas manos. De hecho, no ayudan a la economía real pero pueden perjudicarla mucho. Recuerden que en Hispanidad llevamos ya meses preconizando –y no nos gusta, que conste- que la próxima crisis no será financiera, sino alimentaria, producida, precisamente, por la especulación sobre los alimentos. Ahora Financial Times, campeón del capitalismo financista, se apunta a la tesis pero, curiosamente, describe, no juzga –lo que hace en muchas otras ocasiones-, porque no está dispuesto a atajar la razón del mal: la codicia especulativa de los mercados.
Pero la historia que quiero contarles es otra. Ya les he hablado alguna otra vez de él. Es mi amigo el intermediario. Trabaja en Nueva York, en uno de los grandes bancos de inversión. Sólo cree en una cosa: en el mercado, financiero, por supuesto. Es decir, que cree en el consenso de mercado.
Así que me llama, siempre por la tarde, hora local española, unos días después de aprobarse, en consejo de ministros, el nuevo paquete de medidas. Empieza por la directa:
-Yo no quiero decirte que ya te lo había advertido pero ya te lo había advertido.
Respondo que resulta curioso: hacemos los ajustes que nos exigen los mercaderes, el consenso de mercado, y la prima de riesgo se dispara. ¿Dónde está el límite?
-No –me corrige-: el mercado no quiere que España suba los impuestos sino que se reduzca el gasto. Y el gasto que hay que reducir no es quitarle la paga de Navidad a los funcionarios sino pensiones, sanidad y educación, que suman más del 70% del gasto público total.
Respondo que ni así los mercaderes se conformarían. El intermediario financiero sólo compra –con dinero de los demás- cuando cree que puede vender. No compra para producir, ni para proporcionar a la sociedad un bien o un servicio. Sólo compra para vender.
Reñimos y vociferamos a gusto durante un rato –menos mal que paga él, creo- y finalmente recuerdo que soy periodista, no tertuliano:
-Bueno –pregunto, sabedor de que es responsable de las inversiones en España de su entidad- ¿y qué vas a hacer ahora?
-Muy sencillo –me responde-: estoy esperando para poder comprar a tres lo que vale seis.
¡Acabáramos! El historiador Paul Johnson, un tipo listísimo con muy mala uva, aseguraba que a los grandes prohombres no hay que definirles por su obra pública ni por sus logros políticos o económicos: hay que juzgarles, decía, según tres criterios de su vida privada: cómo trataban a las mujeres, si eran sinceros o mentirosos y, finalmente, si eran avaros o dadivosos con el dinero. Con esos tres criterios elaboró su genial obra Intelectuales. A los financieros hay que juzgarles por esa respuesta: mucho hablar de la justicia inexorable de los mercados pero al final lo que le interesa es aprovechar el ataque especulativo contra España para comprar empresas por la mitad de su precio. Sencillo, ¿no?
La moraleja es esta: Para el empresario, su bien es el bien de todos, para el financiero, el bien común importa bien poco, lo que importa es la plusvalía.