El musulmán no es un fanático porque se sienta en posesión de la verdad. Esa es su parte más positiva y más cuerda. El fanatismo musulmán nace cuando contempla las incongruencias de un Occidente que ha renunciado a su ser y concluye que todo Occidente es una monstruosa falacia que debe ser destruida. Bueno, al fanatismo también ayuda mucho la mala leche que se hace cuando uno tiene hambre. En cualquier caso, recuerden el primer mandamiento de la psicología -por lo tanto, el mandamiento más olvidado: no asesinan porque estén locos, sino que enloquecen por haber asesinado; no son malos porque estén locos; su maldad es la que les hace enloquecer. A fin de cuentas, la demencia consiste en no distinguir la realidad de la ficción, y el bien y el mal son dos realidades tremendamente tozudas.
Ahora bien, para generar el fanatismo necesario que supone rodearse de explosivos y hacer estallar se necesita tiempo y esfuerzo. No, no disponen de tantos terroristas suicidas como presume Ben Laden o los regímenes más salvajes.
No, no tienen tantos efectivos pero son unos canallas. Por eso, en Irak han hecho que dos niñas subnormales, con síndrome de Down, se revienten y, de paso, se lleven consigo a un centenar de personas tan inocentes como ellas. Alguien accionó el interruptor a distancia, seguramente porque pensaba que así, matando a dos deficientes y a 100 extraños les hacía pupa a los americanos, Pero el que accionó la trampa no se inmoló por Alá.
Lo reconozco, en la estúpida e injusta guerra de Irak, sin duda la gran aberración del presidente George Bush, ningún atentado me ha afectado tanto como el de la instrumentación de dos niñas disminuidas. Uno de esos hechos que obliga a preguntarse. ¿Dónde está el límite? Por ejemplo, ¿dónde está el límite de la Alianza de Civilizaciones?
Eulogio López
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