El aborto responde sobre todo a la ignorancia, presiones y soledad que sufren las adolescentes embarazadas y en apuros. La solución que se ha de dar, ¿no es ayudarlas, en lugar de empujarlas a masacrar al hijo? El aborto se cobra dos víctimas: el hijo, que muere asesinado, y la madre, que arrastrará el "síndrome post-aborto" durante toda su vida. Hay que tener en cuenta que para la madre "es más fácil sacarse un hijo del vientre que de la cabeza" y, también, que " pesa menos un hijo en los brazos que sobre la conciencia".
El abortar no es un derecho, es una agresión y un asesinato. Esta beligerancia contra la existencia se está extendiendo por Europa, Estados Unidos y los países hispanoamericanos. Allí han proliferado las iniciativas en defensa de las mujeres y de los chiquillos nonatos. Es célebre la desarrollada y tenaz labor de un facultativo, adalid de la guerra israelí, el especialista Eli Schussheim, que desde hace cerca de treinta años preside la mayor institución antiabortista de su país.
Regresó a Israel proveniente de Argentina. En 1977 se enfrentó al decreto que legitimó la aplicación del aborto en Israel. Fue el iniciador dela Fundación Efrat, institución que está dirigiendo un trabajo para la protección de los bebés. Ha recuperado, en estos años, a 17.000 vástagos de la masacre del aborto.
Su institución persuade a las frágiles adolescentes para que no aborten y han manifestado la necesidad de "restaurar el derecho de escoger la vida". Los componentes de Efrat no titubean al tachar de "holocausto silencioso" los dos millones de críos abortados en Israel desde 1948, fecha de la constitución del Estado de Israel.
Schussheim ha conseguido, tras múltiples pugnas con el poderoso Consejo de los Rabinos de Israel, que se censuraran los abortos y que se instituyera una comisión para impulsar, en el Parlamento israelí, la anulación de las prácticas abortivas.
Esperemos que en todo el mundo surjan políticos de la talla de Eli Schussheim. En una democracia verdadera, ¿no debe primar el derecho de todos a la vida, sancionado por la Declaración Universal de los Derechos Humanos en 1948?
Clemente Ferrer