Por lo menos, denuncia la especulación.
Por fin, Congreso y Senado norteamericano aprobaron la famosa reforma financiera de Barack Obama. Una reforma que llevará el nombre de su asesor para Wall Street, Paul Volcker y que apunta en la dirección acertada pero no ha dado en el blanco. Digamos que camina en la dirección correcta... pero se ha quedado a mitad de camino.
Veamos: la especulación fue la causa de la actual crisis. Bueno, y el apalancamiento. En aquel momento se trataba de una especulación privada, nacida en Wall Street. El mercado bursátil más especulativo del mundo, además de ser el más grande. Se cayeron bancos privados y Obama se empeñó en reflotarlos con dinero público: un pueblo trabajando para los banqueros.
Volcker sabe más que nadie de mercados así que entendió perfectamente las crisis: de inmediato propuso reducir los productos más especulativos, derivados, capital-riesgo, titulizaciones, fondos de alto riesgo, y demás parásitos de la economía real. También propuso separar las actividades de los bancos y, medida que hubiera sido definitiva, reducir el tamaño de los bancos. Se refirió, aunque no lo planteó oficialmente, a la posibilidad de gravar fiscalmente la especulación financiera.
La actual reforma apunta en todas esas direcciones, en contra de la especulación, pero se ha quedado en la mera regulación con límites sobre el porcentaje de fondos propios que cada entidad puede dedicar a productos especulativos. No está mal pero es poco.
Y por cierto, una de las cosas que Volcker no consiguió incluir es su deseo de bancos más pequeños: mientras en España se fuerzan fusiones innecesarias entre cajas de ahorros, el asesor de Obama busca reducir el tamaño de los colosos estadounidenses. Probablemente, hubiese resultado la media más drástica pero también la más eficaz.
Por otra parte, la reforma de Volcker entra en la especulación privada pero no en la pública. Tres años de crisis se han servido para que la especulación privada, la que los gobiernos provocan inundando de papel los mercados con políticas derrochonas, no sustituya a la privada. Ahora no son los particulares y las empresas los que se apalancan sino los gobiernos, provocando otra crisis especulativa de mayores proporciones... que pagarán los mismos de siempre: los ciudadanos.
Miriam Prat
miriam@hispanidad.com