La progresía española, de izquierdas o de derechas, está muy preocupada por las ejecuciones en Estados Unidos. Lo cuentan uno a uno, y nos cuentan su historia. Y así debe ser. Me gusta tanto la vida que rechazo la pena de muerte en todos los casos.
Ese es el problema, el pequeño detalle que se convierte en busilis de la cuestión : en todos los casos.Estados Unidos no es, ni de lejos, el país en el que más se ejecuta. El campeón de las ejecuciones masivas es China, pero para la progresía China es un queridísimo país a un pasito de la democracia, amén de un espléndido mercado; es sabido que el comercio une a los pueblos. Luego viene Irán, y antes de la caída de Sadam Husein, Iraq no tenía armas de destrucción masiva pero sí un dictador con muy mala leche, primero ejecutaba a los padres y luego daba palmaditas a las viudas y hermanos convocados al espectáculo. Pero sí, también estoy contra la Guerra de Iraq.
En Estados Unidos el condenado cuenta con más garantías judiciales que en cualquiera de los campeones de la pena de muerte, y puedo asegurarles que nadie recordará a los chinos pasados a espada, o a los iraníes ahorcados, o a los chiítas iraquíes fusilados. De hecho, no sabemos quiénes son y no sabemos su historia: es la ventaja de las dictaduras.
En cualquier caso, está pero que muy requetebién: ya es hora de que Estados Unidos reflexione, y considere las palabras de Tolkien: Si no puedes dar la vida, no te apresures a otorgar la muerte.
Y es que la única ideología que le queda a la vieja Europa parece ser el antiamericanismo. Mejor dicho, el antiestadounidismo. El paradigma de todos los males está en Washington. Todo el mal sin mezcla de bien alguno, naturalmente.
Así, todo el planeta sabe ya que en Estados Unidos se ha ejecutado a Stanley Willians, un reinsertado social. El Tribunal Supremo introdujo la pena de muerte en Estados Unidos en 1976, pero el imperio de la muerte, por mucho que se empeñen los progres en hacer distingos que más parecen entelequias, ya ha sido dado su primer zarpazo 3 años antes, cuando despenalizó el aborto. Desde entonces, unos pocos miles siempre serán muchos- han muerto en cámaras de gas y similares, pero millones han muerto en clínicas bien acondicionadas, y todos ellos eran inocentes, de hecho, eran lo seres humanos más inocentes e indefensos. Cuando uno contempla a los chicos de Polanco y Pedro J. Ramírez, por ejemplo a un Iñaki Gabilondo, dedicar toda la atención a una ejecución por el hecho de producirse en Estados Unidos, y recitar estadísticas abracadabrantes que hablan de más de 100 ejecutados al año, uno recuerda que en España, o sea, en la tierra de promisión del padre Gabilondo, se ejecuta a más de 80.000 niños no nacidos cada año, en el centro de Madrid, Barcelona, Valencia o Asturias sin que el padre Gabilondo se rasgue las vestiduras.
Y qué curioso, la introducción del aborto y la pena de muerte en Estados Unidos y desde allí en todo el mundo, que no hace más que criticar y plagiar, todo a un tiempo, los modos de vida norteamericanos- corrió pareja al cierre de fronteras y demás leyes restrictivas con la inmigración. Precisamente en un país que han hecho los inmigrantes. Y es que homicidio sea el aborto, mucho más grave, o la pena de muerte- y racismo siempre van unidos. Ambas son realidades progresistas.
Y lo malo de la esta orgía de asesinatos es que pasa absolutamente inadvertido. El hombre es un animal esclavo de la rutina, y así puede conseguirse que noticias como la siguiente aparezcan en la prensa sin que a nadie se le mueva el tupé: El aborto reduce la delincuencia. Sí han oído bien, los prestigiosos investigadores (PI, no confundir con los PC, o prestigiosos científicos, que es un grado más elevado) John Donohue y Steven Levitt han realizado una profunda investigación, según la cual los niños no deseados sienten la ausencia paterna, por lo que corren el riesgo de convertirse en delincuentes una vez alcanzada la edad adulta, por lo que si hubieran sido abortados, concluyen, no serían delincuentes. Y este es un argumento tan irrefutable como idiota: En efecto, el aborto no sólo reduce la delincuencia, sino que reduce el número de potenciales delincuentes. E incluso, si lo piensan también reduce el número de víctimas, al menos de víctimas postnatales.
Eulogio López