Increíble pero cierto, Pilar Manjón, presidenta de la Asociación Víctimas del Terrorismo, cuyo hijo fue asesinado por terroristas islámicos el 11 de marzo de 2004, insiste. Esta mujer sufre Síndrome de Estocolmo, razón por la que ha dicho lo siguiente: "Es un hecho probado que la foto de las Azores provocó la matanza del 11-M". Puro síndrome: "el policía que viene a salvarme del secuestrador es el malo, el bueno es el secuestrador, porque le tengo tanto miedo que he de alabarle para que no me dé el tiro de gracia".

Es toda una generación de españoles la que piensa como Manjón. O a la que le interesa pensar así. Han pasado cuatro años desde la matanza y los españoles hemos mostrado una cobardía increíble frente al verdadero enemigo, frente a quien puso las bombas en los trenes que venían de Alcalá. El culpable no sólo es el Gobierno ZP, que lo único que hizo fue aprovecharse de una situación no creada, como ahora se ha vuelto a aprovechar del último asesinato de ETA. No, los culpables somos todos, la Generación Manjón y su forma disparatada de razonar, producto del miedo. Que el presidente del Gobierno, Rodríguez Zapatero, que llegó al poder gracias a ese síndrome de Estocolmo, se dedique a culpar al anterior presidente de la matanza, alimentando la especie manjoniana, y que su alianza sea con el fundamentalista turco Erdogan -quien por cierto, realiza incursiones militares contra los kurdos del norte de Irak tan ilegales como las de George Bush-, es decir, con los fundamentalistas islámicos -y esto sí es un hecho probado- que asesinaron al hijo de Manjón y a otros 191 españoles más, es propio de este país de cobardes -lo digo con pena infinita- en que se ha convertido España. Las bombas no las puso Aznar ni el PP, ni la foto de las Azores, tampoco su intervención en la guerra de Irak -la verdad es que España no intervino en la guerra, sino en la postguerra. Y en tarea de pacificación. Cuando llegamos ya había acabado todo, y las dos únicas víctimas de españoles en la invasión de Irak fueron dos periodistas, no dos soldados.

¿Significa esto que la guerra de Irak -y con ello la actitud de Bush y Aznar- fue justa (que sea legal o ilegal me importa un pimiento: en eso sólo piensan los progres, siempre tan burócratas)? En absoluto, fue una metedura de pata -o algo peor- descomunal, fue una guerra injusta. Es más, sirvió para que el gran filósofo del siglo XX, que no es otro que Juan Pablo II, estableciera las bases de la guerra justa para el tiempo actual, para el siglo XXI, al grito de "Nunca más la guerra, aventura sin retorno". Una postura maximalista, asombrosa, que rompía con los moldes teológicos anteriores, en especial con los principios de la guerra justa del español Francisco de Vitoria -no atacar primero, guerra defensiva que justificara la legítima defensa, respuesta proporcionada, búsqueda de la paz a la menor oportunidad, respeto a la población civil-, para dar un paso más: la abolición de la guerra como sistema. Lo decía quien había derribado a la mayor tiranía que vieron los tiempos, el comunismo, no ya por medios pacíficos, mediante la oración y la palabra, sino incluso renunciando a hacer política. Lo decía quien sufrió a los nazis y venció a los comunistas, sin un sólo discurso político.

Juan Pablo II aprovechó la guerra de Irak a la que alude Manjón para recordar que la guerra ya no servía, que en Vietnam, Líbano o Afganistán, no sólo no habían resuelto los problemas originarios sino que lo habían multiplicado.

Su presión fue tal que George Bush le engañó. No se atrevió a decírselo directamente. Fue un periodista quien llamó a monseñor Jean-Louis Tauran, entonces ministro de Exteriores de El Vaticano para decirle que los norteamericanos están bombardeando Bagdad. Y así, mientras el PSOE se frotaba las manos intuyendo ya la burrada de Aznar, Karol Wojtyla se hundía, porque vislumbraba la tragedia de Irak, a cuyos causantes convocaba ante los tribunales de Dios y de la historia, en las palabras más duras que jamás un estadista dedicó a George Bush, el hombre más poderoso del mundo. El tiempo, por supuesto, le ha dado la razón. Pero la Iglesia no obtuvo ningún rédito de la bestialidad de Bush; ZP sí.

La nueva doctrina de Juan Pablo II se encontró pronto con detractores que enseguida le recordaron otro invento suyo: La "injerencia humanitaria". Años antes, Juan Pablo II había alentado la intervención militar en Bosnia para terminar con la matanza étnica. Ahora bien, como explicaba su testaferro, Estanislao Dziwisz, actual obispo de Cracovia, existía una diferencia radical entre Bosnia e Irak: "Una cosa es una guerra entre dos estados. Otra, el caso de un pueblo cuya supervivencia está en peligro, intervención destinada a desarmar al agresor". Sutilezas que no pueden discernir ni el aprovechado ZP ni la Generación Manjón dominada por el miedo y el ansia de venganza contra lo que se tiene más a mano, sea culpable o no de nuestra desgracia.

En otro orden de cosas, ¿qué hacía Sonsoles Espinosa, esposa de Rodríguez Zapatero, cantando en el coro del acto conmemorativo de un suceso lúgubre para la mayoría pero tan rentable para su marido y, de esta forma, para ella misma? Un poco de pudor, señora.

Eulogio López

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