Así, en principio, debería gustarme poco el libro escrito por Esperanza Puente, titulado Rompiendo el silencio, que ha editado Libros Libres. Recoge su historia personal, marcado por un aborto libre, es decir, provocado, así como otros casos de este género de terror. Una actitud de valentía por parte de la autora, sin duda, pero no debería gustarme al menos por dos razones: aunque una defensora de la persona más inocente e indefensa, el niño no nacido, no puede ser feminista y no lo es- en las líneas humea un cierto feminismo del que he huido siempre con gran entusiasmo y mayor celeridad.

Y es que la esencia de la estupidez feminista consiste en una ética biológica. Para una feminista, bueno es aquello que hace, piensa, decide, o simplemente conviene a la mujer. Malo es justamente lo contrario.

Acusa Puente a los hombres de su comportamiento ante el embarazo de su pareja pero yo me pregunto: Si tantas mujeres actuales consideran que en esto de la paternidad el mayor acto creativo del ser humano- el hombre debe se reducido al papel de semental, ¿por qué se extrañan, enervan y cabrean cuando el susodicho asume su papel y se comporta como un semental? Por ejemplo, en la mayoría de las parejas actuales, ¿quién decide el número de hijos que se crían, el cuándo y el cómo, así como el tipo de educación que se va a dar a la prole? ¿Qué hay más implicación biológica de la madre? Bueno pero, ¿acaso la paternidad es sólo biología?

Lo mismo sucede con el propio proyecto de vida en común. Las feministas y también muchas mujeres sensatas inoculadas del virus feminista- consideran que la gran conquista del siglo XX es la liberación de la mujer. Sinceramente, no tengo muy claro de que debían ser liberadas, pero si a la tontuna marxista de la lucha de clases sucede la tontuna feminista de la lucha de sexos es que algo está fallando.

No niego la evidencia de que el 'rol' que palabreja- de la mujer se ha modificado durante el siglo XX. Lo que niego son dos cosas: que se haya modificado para bien de la mujer o del hombre- y que ese cambio haya sido el producto de una vanguardia de heroínas que hayan dado la vuela al calcetín. El cambio en el papel de la mujer ha corrido pareja al progreso tecnológico -el único progreso lineal que existe- donde la fuerza bruta ha sido perdiendo relevancia respecto a otros elementos de competencia como la inteligencia, el saber tecnológico y el dinero. En términos muy simples: cuando el poder dependía del músculo, es evidente que el sexo masculino se impone sobre el femenino. Cuando el poder dependen del estrado tecnológico es evidente que la mujer puede competir en igualdad de condiciones con el varón por ese poder. No obstante, los que consideramos que el objetivo de la vida no es poder, sino la realización personal, creemos igualmente idiota el feminismo de hoy que el machismo de ayer. Hombre y mujer no han sido puestos en el mundo para competir sino para colaborar, precisamente porque son dos seres tan distintos como complementarios. Y en el matrimonio o en cualquier tipo de convivencia entre hombre y mujer- la mujer no debe estar sometida al varón ni el varón a la mujer pero, ojo, la solución no es la ausencia de sumisión sino su contraria: la sumisión recíproca. Sí, la sumisión de la mujer al hombre y del hombre a la mujer, libremente asumida, pero sumisión del uno a la otra y de la otra al uno. Claro que para llegar a esta conclusión hay que aceptar antes un premisa demasiado contestada hoy en día: que la libertad no está para retenerla sino para gastarla; la libertad no es un patrimonio, es una inversión.

Esperanza Puente es una de las creadoras de La estupenda Asociación Víctima del Aborto (AVA), al igual que luego lo ha sido de la igualmente espléndida Red Madre. Aunque no se ha patentado , estoy seguro de que fue la identidad femenina la que inventó el método inductivo, porque la autora ha decidido contarnos historias reales y ponernos las conclusiones en bandeja. Dicho de otra forma: Rompiendo el silencio se lee de un tirón. Es un ensayo sobre el valor de la persona disfrazado de historias reales de las que pocos quieren hablar aunque interesan a todos, historias bien narradas, mejor sintetizadas, que nos dejan la conclusiones en bandeja y un punto de nostalgia en el corazón, Vamos, que se lee de un tirón. Merece la pena.

Ahoa bien, mi segunda discrepancia surge cuando nos adentramos en el asunto que ha dado lugar a este libro: el aborto. La segunda de la mujer es víctima pero también verdugo del aborto. Víctima sin matices, en la masacre abortera sólo hay una: el niño asesinado: indefenso al 100 por 100, inocente al 101 por 100. Sin duda, la mujer queda tocada por la aberración queda cometida, y el hombre también, pero el niño no queda sino muerto. Por mucho que se empeñe Esperanza Puente, el aborto no es un crimen machista, es un abominable crimen feminista.

Insisto: merece la pena leer Rompiendo el silencio. Porque de eso se trata con el actual genocidio: de no callar ni debajo del agua. Enhorabuena Esperanza: tienew una doble valentía, la de contar tu historia y la de ayudar a que otras no la tengan que contar. Felicito a Puente por su labor y por su libro, no así por su tesis.

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com