Los "prudentes" son un grupo escogido de ciudadanos que perciben y están dispuestos a obedecer una sugerencia casi instintiva: la de no definirse, la de alejarse de esto y de aquello, la de lavarse las manos y apartarse del conflicto, sin ignorarlo ni desconocerlo; la de observar a quienes libran el combate con una mirada de desprecio cariñoso, la de repretir entre dientes o en voz alta, según los momentos: "¡Qué locos!" "¡Este es un país de locos!" Los "prudentes" han sustituido en su papel de magisterio a los que en una distribución clásica se conocían como los sabios. Estos no entraban en el fragor de la contienda, pero militaban en la misma.
Los sabios, por la ancianidad, que era un ingrediente de la sabiduría, no bajaban al campo de la lucha, pero desempeñaban un papel por su aportación ideológica y su presencia sin deserciones, en la totalidad del conflicto.
Pero los "prudentes" no.
Los "prudentes" se cargan de paciencia, y ante el binomio juez-criminal no están ni con uno ni con otro, y ante el que rasga la bandera y aquel que la repone en el mástil procuran guardar silencio significativo, y ante el que niega la transubstanciación eucarística y el que la confiesa hablan de puras controversias doctrinales, sin aludir al dogma, etc.
Yo no sé si tales "prudentes" acampan en el terreno de los miedosos, de los inmaduros o de los tibios.
Es muy posible que de todo haya en la viña del Señor, porque son muy distintos los temperamentos de los hombres.
En cualquier caso, y del mismo modo que se busca justificación "a posteriori" al hecho inmoral realizado, también se pretende, con anticipación, presentarse al público con argumentos que ante los mayores desastres permitan hablar con optimismo.
Hay un método que utilizan con frecuencia los "prudentes" y que consiste en salir por peteneras, en encauzar la conversación hacia un tema distinto, o desplazar, si es posible, las preocupaciones del auditorio o del espectador hacia cuestiones de indudable importancia, pero inferiores al planteado y, sobre todo, ajeno a la competencia más inmediata y urgente del que pontifica.
Así se proyectan planes de reforma de alcance sustantivo, para un futuro tan largo como incierto, cuando la tierra está temblando a nuestro pies; o se hacen incursiones sobre lo temporal, el desarrollo o la técnica, cuando las almas sienten el escalofrío de la duda allí mismo donde ardía muy poco antes una llama encendida de la fe.
Pero el método de la distracción evasiva no es el único que emplean los "prudentes".
El más ordinario, el que mueve a mayores simpatías, el que despierta más admiraciones de una parte y la máxima desilusión en otras, es el que condena las posiciones adoptadas por los demás y aspira a centrar y asumir lo que puede haber "de noble y de puro en cada una de ellas".
Es algo así como un "ecumenismo" en pequeño, como una tercera posición más elevada, como un producto de laboratorio o de alquimia, que aspira a concentrar las emanaciones laudables de quienes se sitúan en los polos opuestos.
Decía que los "prudentes" acampaban en terrenos distintos.
Unos, los miedosos, no quieren embanderarse con ninguno, pero tampoco quedar mal con nadie, por lo que pueda suceder.
Si escarbamos en sus ideas, las encontraremos capaces de servir a todos.
Podríamos espigar en su cosecha y ofrecerlas en haces como sentencias de autoridad
para que ambos ejércitos las utilicen como armas.
Son como los proveedores de material de guerra para los dos frentes.
Los estados mayores y los soldados de filas acuden al proveedor, pero, conociendo su habilidad, aunque le utilizan, le desprecian.
Los "prudentes" inmaduros son, para mí, los más honestos, porque su falta de decisión, sus titubeos y declaraciones anfibias, aunque siembran la confusión y la incertidumbre y a la confusión del mismo que las fórmula.
Su fallo está no tanto en su "prudencia" como en su audacia, o en su temeridad, para expresarse sin tener juicio formado, dejándose arrastrar por la novelería o por el viento de las palabras de cuño reciente que la moda ha puesto en uso y que ya, por archisabidas, carecen de impacto, como ahora se dice.
Los que más me preocupan del campo de los "prudentes" son los tibios, los desapasionados, los incapaces para la lágrima y la cólera por las causas que merecen llorar y reñir, los fríos y los asépticos, los que levantan el picaporte con el codo por no mancharse las manos, los que abandonan al herido en la carretera para no ensuciar la tapicería reluciente de su vehículo, los que desconocen la infamia o se ausencian para no verse envueltos en la formalidades y molestias del proceso
Esta tibieza de los "prudentes" nos acongoja y nos acecha, y pretende tentarnos cuando la fatiga del esfuerzo nos agota.
Al oído acostumbra a susurrarnos: "¡De qué te sirve todo esto!" "Mientras tú peleas, ellos se solapan en los puesto clave y se ríen de tu forcejeo inútil" "Parece mentira que seas inteligente y aún no te hayas dado cuenta de que el éxito se consigue medrando, pero nunca con la voz clara y a pecho descubierto"
Pero a los tibios los vomita Dios, y me permitiría añadir que los vomita el pueblo, si es verdad aquello que tanto se repite de "¡vox populi, vox Dei!".
Los "prudentes", ya sean tibios, inmaduros o miedosos, suelen ser las primeras víctimas de su iniquidad, y, en cualquier caso, las víctimas sin honor, de una causa neutra y estéril.
La historia, maestra de la vida está plagada de ejemplos. La frase evangélica es tan clara como aleccionadora: "El que no está Conmigo está contra Mí".
Hay casos en los que no es posible la componenda, la actitud centrista o mediadora, al corte por la mitad como en el juicio de Salomón, en lo que, en suma, hay que definirse.
Pero el vómito de los tibios no impurificará ni aplastará la vida mientras haya en el mundo hombres y mujeres que hayan hecho suyo el lema subyugante: Hemos amado la justicia y hemos odiado la iniquidad.
Arbil
http://www.arbil.org/revista.htm