Ahora prepara tanto sus proyectos que, desde el año 1973, sólo ha dirigido cinco largometrajes (el más famoso, hasta el momento, La Delgada línea roja).
El árbol de la vida intenta contestar a estas preguntas trascendentes a través de las vivencias y emociones de una familia de un pueblo de Texas formada por un matrimonio y sus tres hijos varones. El dolor por la muerte de uno de los vástagos, en plena juventud, servirá para lanzarnos a un viaje alucinante (donde se mezclan pasado y presente) siguiendo la vida de Jack, el hijo mayor, que recuerda la complicada relación que mantuvo en la infancia con su padre (un hombre autoritario, ambicioso y frustrado) así como los valores que le inculcó su cariñosa madre, que le conducen a cuestionarse el sentido de su vida y a intentar reconciliarse con las creencias religiosas forjadas en su infancia.
El título de la película, lo justifica su director y guionista, porque la historia que narra "se desarrolla como las ramas de un árbol altísimo que traza la evolución de una única vida: la de Jack O'Brien". Algo que ya nos indica que el autor valora a cada hombre como un ser humano único e irrepetible, con libertad para decantarse hacia el bien o el mal o, como insiste machaconamente este largometraje, para ser capaz de amar y perdonar.
Todo este contenido metafísico está plasmado en una película muy opaca, con un montaje caleidoscópico compuesto por miles de imágenes y planos diferentes, que nos trasladan desde el origen del universo hasta el nacimiento de una vida humana sin solución de continuidad. Un drama muy contemplativo, visualmente irrepetible, pero al que el espectador debe acudir con una gran paciencia para ser capaz de asimilar esta historia de 150 minutos donde la imagen prima sobre la palabra. En el mencionado apartado visual tienen un gran peso los increíbles efectos visuales realizados por dos genios en esa materia: Douglas Trumbell y Dan Glass, responsables en esa parcela de 2001, Odisea del Espacio y de Matrix, respectivamente, acompañados de una banda sonora espectacular responsabilidad de Alexandre Desplat
Para no alargarme demasiado, y no liarles más, podríamos definir El árbol de la vida como una película de Cine con Mayúsculas de la que sólo disfrutará un público minoritario y muy cinéfilo. Concretando más: un espectador no prejuicioso que perciba el esfuerzo de su protagonista por cuestionarse la fragilidad de su naturaleza humana ante los designios divinos. Una película distinta que merece la pena contemplar. Lo más alejado a la frivolidad
a la que nos tienen acostumbrados otros.
El árbol de la vida fue la ganadora de la Palma de Oro en el último Festival del Cannes.
Para: Los que no se asusten de contenidos trascendentes en la gran pantalla (algo casi inédito) aunque ello suponga reflexionar.