Hace tiempo que echo en falta la figura del médico humanista, es decir, médicos que pensaban, que primero elaboraban sus premisas y luego alcanzaban unas conclusiones. Da la impresión de que algunos médicos -no generalizo- se deciden por lo contrario: primero deciden la conclusión, por lo general coinciden con sus intereses o justificación de su trabajo, y luego se afanan en encontrar las decisiones que pueden llevar hasta ella. Pues eso: Mañero asegura que el chico era chica desde los 5 años, ni uno más ni uno menos, y que por lo tanto ha realizado una obra de caridad cortándole todo lo que le colgaba y convirtiendo lo convexo en cóncavo.
Todo ello parte de un curioso sofisma: los hay que nacen gays. Pues no: nadie nade gay. Afirmar tal cosa supone negar la libertad humana, toda su psique, su personalidad, su alma, su racionalidad. Una cosa es que no podamos dar cuenta de nuestra existencia -no nos hemos creado a nosotros mismos- y otra bien distinta es que no podamos mejorar, que seamos prisioneros de una tendencia o de nuestros instintos.
No, somos cuerpo, que nos condiciona, pero no tanto como para determinarnos, y mente, por lo que decidimos lo que queremos ser: malos o buenos, sabios o ignorantes, osados o pusilánimes, generosos o egoístas.
El muchacho de Barcelona no nació gay. Pudo nacer con un fuerte componente hormonal femenino, pero su fisiología era la de un hombre y su psicología tendía a corresponderse con su fisiología. Es la física, más que la química, la que le condiciona y no son ni física ni química, sino él mismo, su alma, personalidad, cerebro, mente -llámenlo lo que quieran- quien decide.
Hace 25 años, a un chaval que, por razones químicas o por su educación, o por su ambiente, sufría tendencias homosexuales se le animaba a combatirlas. No eran más que tendencias perfectamente reconducibles durante el periodo de adolescencia y juventud, etapa en la que se forja su carácter de adulto. Ahora, por mor de Educación para la Ciudadanía y de cierta atmósfera dominante, se le dice que debe elegir su opción sexual... y así nos va.
El chaval barcelonés al que le han cortado los éstos, no era mujer, a los 5 años. Si acaso, sufría una tendencia a, pero perfectamente corregible. Poseía los testículos que ahora le han cortado y era libre para adecuarse a su naturaleza. Ese es, precisamente, el juego de la libertad. Yo mismo manifiesto tendencias a acostarme con toda señora prepotente y maciza que veo por la calle, pero no lo hago por tres razones:
1. Soy católico y me gusta vivir el sexto y noveno mandamientos.
2. Estoy casado y le debo fidelidad a mi esposa según un compromiso asumido en su momento, un voto (esto es el matrimonio, un voto de entrega) para toda la vida.
3. No quiero arriesgarme a que la susodicha maciza me arre un bofetón.
Asimismo, sufro una tendencia irrefrenable a robar bancos -especialmente los dos grandes, Santander y BBVA- y hacerme multimillonario de una tacada. No lo hago por tres razones:
1. Soy católico y quiero cumplir el séptimo mandamiento.
2. Aunque de forma diluida, haría un mal a la propiedad privada.
3. No me atrevo porque a lo mejor me trincan y me meten en chirona.
En ambos casos, hablo de tendencias reprimibles precisamente en nombre de la libertad. No me dejo llevar por mis instintos porque entonces perderé mi libertad.
La libertad no consiste en elegir sexo, de la misma forma que no he elegido si quería nacer, ni donde nací, ni en qué familia, ni con qué rasgos físicos. El sexo también me vino dado. Nací hombre, no mujer y, en cualquier caso, estaría agradecido por dos condiciones tan distintas como igualmente espléndidas.
En cualquier caso, que no, que nadie nace gay, ni nadie elige ser hombre y mujer. No nos ha sido otorgada esa capacidad.
¡Menos mañas, Mañero! Dedícate a algo útil, en lugar de a rebanar las partes nobles de los adolescentes. Este caso, además, reviste una mayor gravedad: la operación es físicamente irreversible, cuando la tendencia del menor, sobre todo por ser menor, no era, ni mucho menos, irreversible. Iván Mañero se ha cargado la libertad del paciente.
Y así llegamos, cómo no al famoso asunto de si la homosexualidad -y el travestismo, podríamos añadir, que es lo que toca hoy- es una enfermedad. Es decir, llegamos a una de esas polémicas artificiales que tanto le gustan a la progresía. Hoy mismo lo recuerda un lector de Hispanidad, que aporta un vídeo de la TV mexicana. No, la homosexualidad no es una enfermedad es una inmoralidad, lo que ocurre es que el hombre es un ser libre, es decir, moral, y su inmoralidad siempre le lleva a la patología: la maldad siempre lleva a la locura.
Un ejemplo: ¿De Juana Chaos está loco? Probablemente sí, pero no lo estaba cuando perpetró el primero de su veintena de víctimas. Luego sí, porque el impacto de la inmoralidad (del pecado, si lo prefieren) sobre el ser humano es terrible. Los terroristas no estaban locos cuando mataron a su primera víctima: eran unos cabrones con lunares verdes y vistas a la calle. Eso sí, crimen a crimen, se volvieron locos, porque la demencia consiste en no saber distinguir el bien del mal, lo verdadero de lo falso, lo real de lo irreal.
Con la homosexualidad o la transexualidad, en menor o mayor grado, pasa exactamente lo mismo: no son enfermedades sino pecados, pero el pecado termina en patología. Y aquí no vale la excusa relativista de que no sé lo que es la verdad. La naturaleza es muy tiránica -precisamente porque nos viene dada, no podemos dar razón de nuestra existencia, no somos creadores, somos criaturas-: me importa un bledo quién es el culpable y qué grado: si la dañas la pagas. La maldad siempre genera locura.
Pero no quita que De Juana, por muy dañada que tenga su mente, no sea culpable de sus crímenes. Por supuesto que lo es. La mejor terapia mental es el arrepentimiento, el denostado, por los progres, sentido de culpa, el volver a empezar. El problema es que De Juana, por seguir con el ejemplo, se enorgullece de sus crímenes. El homosexual o el transexual, salvando todas las distancias que se quieran en la comparación, lo mismo.
Eulogio López
eulogio@hispanidad.com