Cuando eres miembro de un organismo compuesto por 20 miembros y sospechas que tu presidente está abusando de las comidas de trabajo que no son de trabajo, o de los viajes, lo primero que haces es pedirle cuentas en las reuniones del propio Consejo, no acumular datos para denunciarle ante la Fiscalía y presentarte ante las cámaras de televisión para sumar los presuntos excesos hasta que complete una cifra mediáticamente atractiva y para que Internet, mucho más influyente que cualquier medio tradicional dé a luz análisis de este cariz como éste.

Porque claro, este escándalo prefabricado por el vocal Gómez Benítez no tiene por objeto velar por la pureza contable del CGPJ. Aquí estamos hablando de otra cosa.

A ver, Carlos Dívar, es un católico de misa diaria, que no se corta un pelo a la hora de mostrar su fe en público, como cualquiera puede comprobar si acude a cierta iglesia del centro de Madrid, que no voy a citar por razones de seguridad. Además, ha sido coherente con su actitud sobre derechos humanos innegociables, como el derecho a la vida. Me refiero, en concreto, al dictamen sobre la ley zapateril del aborto.

El denunciante Gómez Benítez es, por el contrario, un progre cristófobo, al que produce sarpullidos que un alto cargo sea cristiano. Y, naturalmente, como buen progre, una de sus aficiones favoritas es arremeter contra todo lo que huele a romano.

Y es que ya saben en que se ha quedado la izquierda, especialmente la izquierda ilustrada: en meros comecuras. Y, naturalmente, llegue a donde llegue la investigación, como si no llega a nada, ya saben que el nombre de Dívar quedará enfangado.

Eulogio López

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