Troy Davis (en la imagen) fue un afroamericano inculpado y ajusticiado por el asesinato del policía Mark MacPhail, hecho ocurrido en Savannah, Georgia, en 1989. Davis se declaró inocente de todos los cargos. En agosto de 1991 fue condenado a muerte. La ejecución estuvo prevista en tres ocasiones pero en todos los casos hubo un moratoria de la sentencia. Finalmente fue envenenado a través de una inyección letal.
Este proceso fue descrito por sus abogados como el prototipo del negro condenado, indignamente, por la muerte de un blanco.
La ejecución de Troy Davis abre el debate en relación con la pena de muerte en Estados Unidos. Un editorial del New York Times aboga por suprimirla. Davis llevaba más de 19 años incomunicado y su condena no había sido estudiada a pesar de que algunos de los testigos se habían retirado de sus declaraciones. Con la muerte de Davis al fondo, en el citado editorial, el New York Times, plantea la derogación de la pena capital ante la iniquidad con que se aplica y el peligro de castigar a inocentes.
Por otro lado, el historial de ejecuciones manifiesta que en los casos de pena de muerte aún están vigentes ciertas ofuscaciones étnicas, clasistas o políticas, lo que hace aún más torpe este recurso.
El editorial es rebatido, en las páginas del mismo rotativo, por el crítico Ross Douthat, que acepta los fallos de la justicia estadounidense, pero insiste en que no se limitan a los casos de pena capital. A su juicio, si algún día se eliminara la pena de muerte en Estados Unidos, no sería porque electores y políticos "no quieran matar a culpables, sino más bien porque tengan miedo de ejecutar a inocentes".
¿Qué hubiera sucedido con Davis si en Estados Unidos no existiera la pena de muerte, se interpela Douthat. "Probablemente, se habría pasado el resto de su vida en prisión y muchas menos personas se habrían preocupado por su final". Su condena a la pena capital le proporcionó recibir "asistencia jurídica, atención mediática y el apoyo de los activistas". Además, su caso ha puesto de relieve "el exceso de celo de policías y fiscales, los límites de los procesos de apelación y las miserables condiciones a las que se enfrentan muchos de los más de dos millones de personas encarceladas en Estados Unidos".
Para Douthat la cadena perpetua resulta más dura que la inyección letal: "Una sociedad que supuestamente valora la libertad tanto o más que la vida no tiene por qué ser necesariamente más civilizada si preserva la vida de los condenados al tiempo que viola sus derechos humanos y su dignidad como persona". (Fuente: Aceprensa).
Clemente Ferrer
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