Es entonces cuando se plantea, otra vez, una cuestión que permanece habitualmente en el fondo de la conciencia de muchísima gente, católicos o no: ¿Por qué no se casan los curas?.
En realidad, la pregunta está mal formulada. No habría que pensar o preguntar porqué no se casan los curas. Es impensable que pueda haber una especie de indulto por el cual los sacerdotes que quieran podrán, a partir de tal permiso, ir corriendo a casarse.
En todo caso, la pregunta debiera ser por qué la Iglesia no ordena sacerdotes a hombres casados. Y me refiero a la Iglesia católica de rito latino ya que las iglesias orientales católicas tienen clero célibe y también sacerdotes casados. Son ordenados sacerdotes hombres ya casados, padres de familia, así como, ahora, por ejemplo, también en la iglesia latina se ordena diáconos -que es el primer grado sacramental de la jerarquía eclesial- a hombres casados.
Pues bien: ¿por qué, entonces, la Iglesia católica de rito latino reserva el sacerdocio a hombres célibes y sostiene la importancia y la belleza del celibato? Me parece que es fundamental que comprendamos bien los argumentos, que han sido desarrollados numerosas veces por el magisterio.
Paulo VI, en 1967, escribió una encíclica sobre el celibato sacerdotal que guarda total actualidad hoy en día. Juan Pablo II se expresó numerosas veces sobre tema. Y ahora, Benedicto XVI ha proclamado un año sacerdotal especial, en el cual las características del sacerdocio católico van a ser puestas de relieve. Retomo, de esta enseñanza, unos pocos argumentos que me parecen fundamentales. En primer lugar, la Iglesia conserva el celibato porque piensa que se trata de una perla preciosa de su tradición y que esta tradición se remonta a los apóstoles de Jesús.
La razón principal por la cual la Iglesia reserva la ordenación sacerdotal a aquellos varones que han recibido de Dios el carisma de la castidad perfecta es porque quiere que sus ministros, aquellos que van a servir al pueblo de Dios como pastores y maestros, asuman el mismo estado de vida que vivió Jesucristo.
Nuestro Señor Jesucristo con su virginidad abrió un camino nuevo. Entonces el sacerdote que va a actuar representando personalmente a Cristo Cabeza y Esposo de la Iglesia asume el modo de vida, el estado de vida que Cristo vivió en este mundo; eso es el celibato.
Además, esa opción libre del hombre, que responde a un don divino, significa la entrega total, en cuerpo y alma, al servicio de Dios y al servicio de los fieles. Por su celibato, el hombre vive una relación peculiar con la Iglesia. Cristo es llamado el Esposo de la Iglesia. El sacerdote, que participa del modo de vida de Jesús y lo representa entre los fieles y ante el mundo, participa de esa condición de esposo de la Iglesia; se desposa espiritualmente con la Iglesia y se entrega a ella, se debe por completo a ella, en total fidelidad.
No hay que mirar esto como una simple ventaja desde el punto de vista de la disponibilidad de tiempo: el sacerdote, que no tiene que ocuparse de su mujer y de sus hijos, puede dedicarse totalmente a la comunidad cristiana. Hay algo mucho más misterioso, profundo y sobrenatural.
No tiene el sacerdote otro pensamiento, no tiene otro objeto para dirigir su amor que la Iglesia y, más allá de ella, la humanidad entera, porque el servicio de los sacerdotes se refiere no solamente a los fieles sino también a aquellos que no son todavía miembros de la Iglesia, a los que debe llegar la predicación del evangelio y el testimonio de la caridad pastoral.
Se puede mencionar todavía otro orden de argumentos. El celibato es un signo de los bienes celestiales, de los bienes del reino de Dios, que esperamos poseer en la gloria. Jesús en el Evangelio señaló esta razón para el celibato. Es decir que en el cielo no habrá matrimonio, en el cielo no habrá casados y solteros, en el cielo -dice Jesús en el Evangelio- seremos como los ángeles de Dios.
Pues bien, el sacerdote con su celibato muestra a todos que hay que buscar primero el Reino de Dios y que nuestro destino es el cielo, y que la vida de la gracia, aquí en la tierra, nos tiende, nos atrae hacia el cielo.
Por otra parte el celibato es un signo que ayuda a los fieles casados a vivir con mayor integridad y fidelidad su amor conyugal. Existe una bella analogía entre el celibato sacerdotal y la fidelidad conyugal de los fieles casados. Es un amor exclusivo, total, que el sacerdote dedica a Dios y a los hombres. Actualmente no se comprende el sentido del celibato sacerdotal porque tampoco se entiende el sentido natural y cristiano del matrimonio y el valor de la castidad conyugal.
La gente que mira desde fuera estas realidades nobles y sanas piensa que es difícil vivirlas porque estamos sumergidos en una cultura artificialmente erotizada en la cual parece que el sexo se ha convertido en una obsesión. Mucha gente vive así, desgraciadamente, y es cierto que muchos medios de comunicación, vulnerando el más elemental sentido del pudor, banalizan el misterio de la sexualidad humana y se burlan de la virtud..
En semejante contexto cultural es lógico que no se entienda el valor del celibato y la posibilidad de practicarlo. Pero la mayoría de los sacerdotes, que lo viven con fidelidad, y los fieles que tienen esa sensibilidad propia de la fe se dan cuenta de que no es tan difícil, sino que es relativamente fácil si el celibato se vive en la fe, en oración profunda y prolongada, utilizando los medios ascéticos que la tradición de la Iglesia recomienda. Esto es, si el sacerdote no lleva una vida mundana.
Pero si, un sacerdote, quiere vivir como cualquier persona del mundo entonces sí le será muy difícil y muy pesado el celibato. Si quiere tenerlo todo y darse buena vida, entonces sí lo único que le va a faltar es la mujer, pero, en cambio, si vive con abnegación su entrega total a Cristo y a sus hermanos, verá que, con la ayuda de Dios, no sólo es relativamente fácil sino es gozoso y es el secreto de una auténtica paternidad espiritual. Por eso, sobre todo, los fieles pueden llamar padre al sacerdote.
Una última observación: el celibato se asume libremente, como libremente los que se casan dan el consentimiento matrimonial y se comprometen a la fidelidad conyugal. Los jóvenes que se preparan al sacerdocio eligen este camino porque mediante un cuidadoso discernimiento reconocen haber recibido de Dios el carisma del celibato; lo reciben con gozo y gratitud y lo asumen como una tarea confiando en la gracia de Dios. No sin sacrificio, pero ese sacrificio es una fuente de inagotable alegría.
Mons. Héctor Aguer, arzobispo de La Plata, Argentina.
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