Fue el 12 de octubre último, Fiesta de la Hispanidad, pero el impacto ha sido tan fuerte que he preferido dejar reposar las meninges. Ocurrió en el Museo de América, porque, ¿qué cosa se puede hacer en Madrid un 12 de octubre, además de acudir al desfile militar para comprobar si Zapatero se levanto no ante a enseña norteamericana o a la posterior recepción real para perderse entre los corrillos de comadres? No, lo mejor es acudir al Museo de América, sito en la Ciudad Universitaria madrileña más que nada para empaparse de la Fiesta nacional, que sigue siéndolo mientras ZP no decida cambiarla al 6 de diciembre, día de la Constitución.
Creo haber dicho ya que este Museo fue conquistado tiempo atrás por los políticamente correctos. Por eso, no me extrañó que, como acto lúdico-festivo (no, lúdico-festivo no es eso que están pensando; es cultura ancestral) y gratuito, es decir, pagado por todos nosotros, el Museo nos regala con el undécimo Ciclo de Folclore Iberoamericano. Gracias a ello, pude asistir a la inigualable seguro- actuación de la muy marchosa agrupación Llacta-Perú, que venía armada por una presentadora dispuesta a desasnarnos con prolijas explicaciones de las danzas que presenciábamos. La doña disertó con un interminable discurso que podría resumirse así: Ustedes, los españoles, son unos repugnantes explotadores que han terminado con la ancestral cultura de nuestros antepasados, y para lo único que sirven es para pagarnos nuestros muy profundos espectáculos. Eso, dirigido a un público madrileño, lo que no está nada mal.
La narradora e introductora no dejaba de aludir a la cultura dominadora en unos términos que, no sé cómo explicarles, no habrían agradado a nuestras madres. Tardé algo de tiempo en comprender que cuando se refería y lo hacía con machacona reiteración- a los represores de la idolatría estaba hablando de los curas. Una de las argumentaciones más extraordinarias era que los tales represores de la cultura, habían calificado cuánta ignorancia antropológica- como demoníacas determinadas danzas de lo indígenas. Tras tan rotunda afirmación, y sin solución de continuidad, nos explicaba que, en efecto, aquellas danzas formaban parte de culturas demoníacas, acompañadas de prácticas que mejor no repitamos por si hay menores leyendo, pero que lo importante no era eso, lo importante es que aquellas idolatrías formaban parte del cultura del pueblo.
Si sería cultural la cosa, que para afrontar tan rebuscada liturgia, los danzantes, es decir, la cultura primigenia reprimida por los dominadores, solían ser interpretadas bajo los efectos de alucinógenos, que también forman parte aquella cultura. O sea, que la cosa dionisiaca o demoníaca precisa de un colocón cultural.
Todo esto evocaba aquellos rasgos de la cultura dominante de carácter extraordinariamente reaccionario, como la prohibición de la agricultura indígena de las ofrendas a los dioses de víctimas vivas Otra negativa represión de los tales dominadores que hay que recuperar a toda costa: es cultura.
El caso es que la cosa cultural indígena no debía de resultar muy atractiva, porque la mayoría de los presentes no aguantaban mucho en el salón de actos del museo. Es más, hubo algún conato de rebelión, por parte de reventadores fascistas. Uno una- de ellos, una señora de unos 40 años de edad, salió diciendo que no había ido al Museo para que le insultaran.
¿Quizás se trataba de un lamentable gol que, con nombre Llacta-Perú, le habían colado a la Dirección del Museo, ahora responsabilidad de doña Trinidad Jiménez? No por cierto. Lo descubrí cuando continué la visita por el establecimiento. Escuchen lo que nos comenta un vídeo acerca del sentido de la religión, en su totalidad manifiesta y en su particularidad iberoamericana: la religión es una concepción del mundo elaborada socialmente para legitimar el orden establecido.
Es más, quien quisiera podía contemplar un precioso vídeo donde se superponían las imágenes de celebraciones eucarísticas con ritos de chamanes pertenecientes a la cultura dominada. Porque todos, sacerdotes y brujos, recibían la misma denominación. especialistas religiosos. En un estante, nos especificaban, por si Llacta-Perú no lo había dejado claro, que la liturgia de tan meritoria cultura indígena no podía concebirse sin la utilización de alucinógenos. O sea, un colocón cultual, donde el chaman de turno sin duda alcanzaba éxtasis místico, donde, no se sentía rodeado de dioses, sino que en sus mejores momentos, cuando la coca hiciera sus efectos, podía creerse miembro del selecto club de deidades. Al parecer, especial importancia tenía el colocón del dios-jaguar, nada que ver con la elegante marca de automóviles, pero que es presentado ante el visitante como la cumbre del mestizaje. O sea, que a los de la cultura reprimida les va la cosa de la zoofilia, aunque no sé si he profundizado mucho sobre este punto.
Pero el menaje más profundo, liberal, respetuoso, progresista, del Museo de América es el que pude leerse en una de las vitrinas, y que revela lo que podríamos llamar el espíritu que anima a este vivo recuerdo del Encuentro de dos mundos: el mundo del colocón y el mundo del colocado. Un mundo, tolerante y dialogante, porque el precitado lema dice lo siguiente. La religión es el mejor instrumento con el que cuenta el hombre para relacionarse con lo sobrenatural. Lo cual es una definición irreprochable, De hecho, yo no conozco otro instrumento. Y es que la cultura del colocón (no confundir con su enemigo, el colonialismo, aunque empieza por las mismas letras) es una maravilla.
Eulogio López