Ni las campañas de Trillo ni las de ahora de Bono han despertado el fervor patriótico de los españoles. Los nacionales no quieren saber nada de la defensa de su nación. Y el Ejército se ha encontrado con serias dificultades para completar su dotación de soldados y marinería. Así que se permitió que se completara el cupo con extranjeros en un 2%.

Una anomalía, porque la defensa no es una profesión, sino una vocación que nace de la voluntad de servir a los compatriotas en la defensa del territorio, el patrimonio y la integridad territorial, mediante las armas. Se supone.

Pues bien, sin haber cumplido el plazo de evaluación previsto en tres años, el Gobierno ha decidido incrementar la cifra de extranjeros en nuestras Fuerzas Armadas hasta alcanzar el 7%. Esto se hace -según De la Vega- en base a la experiencia y a la positiva evolución del personal extranjero en nuestras filas, aunque también reconoce que se trata de cubrir las necesidades que en ellas surgen.

Algo pasa cuando los españoles no quieren servir a su nación mediante el servicio de las armas. Y quizás el Gobierno debería reflexionar sobre el asunto. ¿Por qué? A lo mejor, porque el continuo "mea culpa" con el que se enseña la historia de nuestra nación haya hecho pensar a las nuevas generaciones que no vale la pena arriesgar la vida por unos compatriotas, cuyos antepasados eran unos genocidas. Y mucho menos por una nación en permanente guerra fraticida y continua tensión separatista. Quizás. Pero dejar la defensa nacional a extranjeros es convertir al Ejército en tropas mercenarias.