De inmediato, de la progresía -socialista, comunista y nacionalista- han surgido los habituales acusaciones de xenofobia. Es lógico: del progresismo, la chorrada.
La idea don Mariano es buena, aunque la política migratoria del Gobierno Aznar fuera aún peor, por más restrictiva, que la del Gobierno Zapatero.
En primer lugar, tanto PSOE como PP reducen el derecho a la libre circulación de personas -que de esto estamos hablando- al porcentaje de los que ya tienen trabajo. De esta manera, se dejan en la estacada a quien sencillamente huye de la miseria... para poder encontrar trabajo. Seguimos en la vieja contradicción: no te doy permiso de residencia si no tienes trabajo, pero es muy difícil encontrar trabajo en la distancia, a priori, sin poder residir en el mercado laboral.
No: el único principio éticamente aceptable, y el más lógico y eficaz es el expuesto por Juan Pablo II con motivo del Jubileo del año 2000: La libre circulación de personas. El único aceptable para un católico, que sólo puede admitir excepciones a la regla, pero no convertir la excepción en regla.
No sólo es el único principio ético, sino también el más eficaz: la globalización consiste en levantar las fronteras a los tres factores de la producción: capital, producto y trabajo. Si liberalizamos los dos primeros y mantenemos al tercero bajo siete llaves... tenemos la llamada globalización asimétrica, es decir, un desastre. O se liberalizan los tres factores o no se liberaliza ninguno. Como recordaba Juan Palo II: el factor trabajo es más que un factor: hablamos de seres humanos.
Dicho esto, es verdad que, particularmente en España, nos encontramos ante una inmigración muy antiespañola, que se revuelve contra el país de acogida. ¿Por qué ocurre esto? Pues porque los españoles tampoco nos respetamos a nosotros mismos. Ningún contrato de integración puede sustituir al respeto a la propia identidad y a la propia historia. El inmigrante no respeta a España porque el español tampoco respeta su identidad y su historia cristianas. Y quien no se respeta a sí mismo, difícilmente conseguirá que le respeten los demás.
Un detalle, el zapatismo es una derivada progre. Según la progresía, el descubrimiento y evangelización de América fue el encuentro de dos mundos. Pues no, nadie siente mayor afecto por el mundo hispano que el fundador de una página llamada Hispanidad, pero lo cierto es que la alianza entre la Monarquía española y la Iglesia libró al mundo hispano primitivo de unas autocracias salvajes -ni culturas precolombinas ni perrito que nos ladre: barbarie y tiranía- y las ganó para el mundo cristiano, el único en donde puede florecer la libertad individual. Sobre la mentira no se construye nada, tampoco el respeto ni mucho menos, la amistad.
La inmigración magrebí aún resulta más problemática: fue España, y debería enorgullecerse, y no avergonzarse, de ello, quien retuvo la marea islámica en el Oeste de Europa, tras una pugna de más de 700 años. Las conclusiones son obvias. Por eso, al magrebí sí hay que obligarle a respetar la identidad española, que no es otra cosa que fe cristiana y lengua castellana. Lo que no tengo claro es si don Mariano tiene claro en qué consiste esa identidad española. Desde luego, si su idea de la identidad española es la misma que la de ZP -tener trabajo y pagar impuestos- entonces su contrato vale más bien de poco.
Más tópicos: ¿Hay más delincuencia entre los inmigrantes que entre los nativos? Sí. ¿Por qué habría que ocultarlo? Es un hecho. Cómo no iba a serlo. El inmigrante que llega a España, por lo general, tiene una formación ínfima pues proviene de la miseria. En ocasiones peor: proviene de la delincuencia, que huye de su hábitat natural, en busca de tierras extrañas donde no estén fichados. El caso del periódico ruso que recluta prostitutas es una buena muestra de ello.
El inmigrante se lanza a la aventura del Viejo mundo, que para él es nuevo. No es racismo denunciarlo, pero no creo que las deportaciones sean la solución. Todos los días son deportados muchos inmigrantes desde el aeropuerto de Barajas, y no por eso dejan de llegar en oleadas, generalmente por las fronteras más abiertas de todas: las carreteras que llegan del Centro y del Este de Europa y las pateras de África. Y en cuanto el paro repunta en España, miles de inmigrantes sin formación se verán en la tesitura de marcharse o pasar a la delincuencia.
Ahora bien, esto no anula el principio de la libre circulación de personas. A lo único que nos lleva es a ser más conscientes de la identidad de España y a ser más eficaz en la lucha contra la delincuencia. La delincuencia inmigrante no radica en las familias inmigrantes, que curiosamente son las más rechazadas por el Gobierno Zapatero. El hombre y la mujer que tienen que sacar adelante una familia no delinquen aunque pasen necesidad a fin de mes. Si acaso, se pluri-emplean. Recuerden. A los narcotraficantes casi nunca se les detiene en las iglesias.
Que no, que no se trata de poner restricciones a la inmigración, sino a la delincuencia. Y, de paso, se trata de recuperar el orgullo de ser español, que no es patriotismo barato sino volver a la ciudadanía cristiana, a los principios cristianos... aunque les llamemos de otro modo. Entonces, es cuando la inmigración no será una carga, sino un maravilloso mestizaje. Si lo quieren llamar contrato de integración, adelante. Pero nadie va a querer integrarse en un club del que sus propios socios están apostatando. El debate sobre la inmigración en España recuerda lo de Groucho Marx. "Nunca sería miembro de un club que admitiera socios como yo".
Eulogio López
eulogio@hispanidad.com