El Tribunal Europeo de Derechos Humanos desalojará los crucifijos de las aulas escolares italianas, por ser símbolos religiosos, peor aún, una violación (de la libertad de los padres) y un atentado (contra la libertad religiosa de los alumnos).
Si no fuera porque la malicia está adscrita a esta sentencia, deberíamos tildarla de locura, o, al menos, de grave ingratitud. Miremos a quien pende de la Cruz: es una víctima de la crueldad humana al que se le negó el derecho a morir, ahora diríamos, dignamente. Vapuleado, insultado y lastrado desde que comenzó su vida en la tierra, especialmente los 3 últimos años, Dios hecho hombre no renegó de su suplicio porque era el pago del rescate de nuestras almas.
Sí, el crucifijo es un símbolo religioso que demuestra el amor inconmensurable de Dios por los hombres. Pero a algunos les molesta porque pone de manifiesto que no aman al Amor ni quieren seguir los dictámenes que hacen feliz al hombre, éstos decretan su propia ley: hacer la propia voluntad, muy lejana del amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a uno mismo.
Clara Jiménez