Mientras el Gobierno alemán estuvo encima de las negociaciones con Magna, el Gobierno español se desentendió y esperó que se lo dieran hecho. Así ocurrió: Merkel consiguió lo mejor para los trabajadores alemanes. Si tenía que haber despidos, que no fueran en su país. El presidente de Aragón, Marcelino Iglesias confiaba en que la eficiencia de la planta de Figueruelas diera puntos y que, por sí sola, se salvara. Cuando se han visto las primeras medidas, el propio Sebastián reconocía la semana pasada su preocupación: Cuanto más sabemos de la opción de Magna, menos nos gusta.
A estas alturas del partido, el Gobierno ZP no se ha enterado de que las marcas se dedican a subastar subsidios públicos y acuden allí donde más dinero obtienen, y no donde la eficiencia es mayor. Ocurrió en Francia, donde Sarkozy puso dinero para salvar a Renault y Peugeot-Citroen y ocurre en Alemania, donde buscan cómo conseguir los 4.500 millones para salvar a OPEL.
Ni siquiera el hecho de tener la peor tasa de paro de Europa ha espabilado al Ejecutivo, cuya única medida será pedir explicaciones a Berlín por una actitud que considera electoralista. Magna calcula que despedirá a 2.090 trabajadores, 500 más de los previstos, un 25% de la plantilla.