Había 4.000 donde debería haber 1.000. La Argentina llora a sus muertos con pasión, como todo lo que hace ese pueblo, probablemente el más inteligente del planeta y probablemente el más frágil. De todos los pueblos hispanos, ninguno tan capaz como los argentinos, y ninguno tan vulnerable y tan necesitado de afecto. El argentino necesita que le quieran. Sólo los necios piensan que eso es síntoma de debilidad, cuando lo es de grandeza.

Pero como el viejo chiste, la Argentina es uno de los países más bellos del mundo, por eso Dios, para contrarrestarla, la llenó de políticos. Lo de menos es que Néstor Kirchner no haya interrumpido sus vacaciones tras la masacre colectiva, lo de más es que todo apunta a que la causa de la masacre se debe, no a negligencia, sino a corrupción, y al hombre no le ofende la desgracia sino la injuria: le ofende más la corrupción que la negligencia, por muy culpable que esta sea.

La economía argentina está creciendo, pero las diferencias entre ricos y pobres se agrandan. Hoy, como dijera Carlos Solchaga de España durante el Felipismo español (precisamente el modelo de Kirchner), en un momento en que se le sacó su sinceridad navarra, la Argentina es el mejor país para hacerse millonario. Ese gran demagogo que es Kirchner está acentuando la fragilidad de los pobres a costa de envalentonar a una patria que cada día está más vacía, más ocupada por una minoría progresista. Nadie como un demagogo de izquierdas para destrozar a las clases más desfavorecidas y, lo que es más terrible, para lograr ese vaciamiento moral (su obsesión por introducir el aborto, es decir, el imperio de la muerte en la Argentina, no es casual) que justifica la miseria como no podría hacerlo ningún partido de derechas. En nombre de las masas proletarias, de los descamisados y de los piqueteros, Néstor Kirchner está aumentando la miseria de la clase baja argentina y empobreciendo a la clase media, con una corrupción rediviva. Una corrupción que hace que las autoridades, por ejemplo, miren hacia otro lado cuando se trata de inspeccionar las condiciones de seguridad de una discoteca... simplemente porque el dueño es de los nuestros.

La verdad es una, la moral también es una, y cuando se juega con uno de sus elementos se acaba jugando con todos: se juega con el aborto y se juega con el hacinamiento de jóvenes en un local. Se juega con la propiedad privada y se juega con la formación de la juventud. ¿Qué más da? Un desastre este Kirchner, pero, eso sí, un desastre progresista.

 

Eulogio López