El doble equívoco es el siguiente: si eres cristiano, eres de derechas; y si eres de derechas, eres cristiano.

No sólo los ignorantes caen en tan lamentable equívoco. Por ejemplo. El ilustre catedrático emérito de Filosofía del Derecho de la Universidad Autónoma de Madrid, don Elías Díaz, ha caído de pleno en la celada. El pasado martes titulaba de esta guisa su artículo en El País (martes 31): "Neocons y teocons: una coalición fundamentalista". El equívoco no viene por lo de fundamentalista, uno de esos adjetivos injuriosos de moda, que no resulta equívoco, sino patético. Fundamentalista es el que tiene fundamentos, de la misma manera que integrista es aquel que mantiene íntegros sus principios. El hecho de que ambos conceptos se utilicen como insultos es, sencillamente por la tontuna que arrastramos desde aquel desastre del Mayo francés, cuyo único fundamento es la ausencia de fundamentos, de verdades absolutas, y que, por tanto, la coherencia es malísima, nada menos que integrista.

Pero confundir a los neocon norteamericanos con los teocon, es decir, con quienes creen en Dios y, por tanto, en la autoridad de Dios para promulgar qué es bueno y qué es malo, resulta sorprendente.

Un poner: los neocon –al igual que los progres, pero dejemos eso- piensan que la inmigración debe ser regulada y que sólo con carácter excepcional pueden abrirse las fronteras. Los teocon, es decir, los cristianos (al señor Díaz los musulmanes le importan un pimiento), piensan, con Juan Pablo II, que lo natural es la libre circulación de personas y que, sólo como excepción, y de forma temporal, pueden cerrarse las fronteras o regularse el tránsito de seres humanos. Esto no es una teoría, y quien quiera comprobarlo no tiene nada más que seguir la polémica que ahora mismo mantienen los obispos norteamericanos y mexicanos con la Casa Blanca.

Pero hay más: Los neocon no defienden la vida desde la concepción a la muerte natural: los teocon sí. Y de ello se deriva una casuística tan amplia que no puedo abordarla aquí.

En economía pasa exactamente lo mismo. El artículo del catedrático Elías Díaz coincide con la noticia de que Rupert Murdoch, el asesorado por José María Aznar, el prototipo de Ciudadano Kane neocon, ha comprado Dow Jones y se ha hecho con el Wall Street Journal. Pues bien, en efecto, Murdoch es un neocon que desprecia a los teocon con gran empeño. De coalición nada. Para Murdoch, la filosofía más profunda que existe es el libre mercado. Pero rasquemos un poco más: al menos teóricamente, ¿no podríamos hablar de una identificación entre neocon y teocon, entre cristianos y conservadores, en materia tan sensible como la económica? Pues bien, y aquí en el envés de la moneda, el equívoco es aún mayor. Me remito -another time- a la cita de Chesterton: hay que distinguir entre el derecho a la libertad de empresa, o libertad de mercado, principio básico de los neocon y de Murdoch, del derecho a la propiedad privada, principio básico de los teocon, o, si lo prefieren, de la Doctrina Social de la Iglesia. Chesterton insiste en que la libertad de mercado y la propiedad privada son dos cosas totalmente distintas. Y pone un ejemplo que aclara la frontera: un ladrón es un acérrimo partidario del derecho a la libertad de empresa pero muy poco partidario del derecho a la propiedad privada.  Los directivos de empresa, que siempre corren a autotitularse liberales, deberían tener en cuenta esta distinción.

No, los neocon y los teocon no tienen nada que ver y están en conflicto permanente. Para los primeros, para Rupert Murdoch, Dios es el libre mercado. Para los segundos, Dios es Cristo. El entendimiento es imposible.

Es más, recientemente, un grupo de ejecutivos españoles se reunían con el gran hombre en Londres. ¿Saben lo que el magnate de News Corporation le preocupaba de España? Sus estatutos de autonomía. ¿Por amor a la unidad de España? ¿Por la degeneración moral del país, acentuada, que no iniciada, por tres años de Zapatismo? Por supuesto que no, porque, según sus propias palabras, se rompía la unidad de mercado, y sin unidad de mercado, ningún país puede pintar nada en el exterior. También le preocupaba el troceo idiomático del país, pero no por amor al idioma castellano, sino porque el valor de 400 millones de hispano-hablante en el mundo es colosal: se contabiliza en euros y en dólares.

Lo que le ocurre a Díaz es que es un progre, y, en efecto, los progres odian los neocon, porque los neocon creen en algo, en algo tan limitado como el mercado, pero al menos creen en algo, mientras los progres no creen en nada y sufren vértigo existencial.

Pero pueden dormir tranquilos: nunca habrá coalición entre neocon y teocon: o los unos acaban convirtiéndose a lo otro o los otros a lo uno. Por ejemplo, a día de hoy, en Europa occidental, un católico no puede ser derechas sin incurrir en contradicción flagrante.

Eulogio López