Sigamos lucubrando, que es lo único frívolo que podemos hacer (lo serio consiste en rezar por el Papa saliente y aún más por el entrante), acerca de la renuncia del Papa Benedicto XVI (en la imagen) (ojalá rectificara y se quedara). Desechemos de una vez la teoría mundana, propia de los vaticanólogos, que veían débil al Papa -creo que desde el momento mismo de su nombramiento hasta el momento-, sólo le veían como el intolerante del Santo Oficio.
Lo digo porque, según los vaticanólogos, se veía venir la renuncia de Benedicto XVI. Vaya que sí. Todos y cada uno de ellos, de hecho, estaban esperando el feliz acontecimiento. No se habían atrevido a publicarlo por modestia intelectual, claro, pero estaban al loro desde hacía un tiempo. Al igual que los analistas de bolsa, los vaticanólogos siempre explican, con encomiable precisión, por qué ha pasado lo que ha pasado, pero nunca lo predicen... por modestia intelectual.
Segunda razón: el Papa no se siente con fuerzas. O sea, lo que él mismo ha dicho. ¿Fuerzas físicas o mentales Hombre, cachondeo no. Juan Pablo II estaba mucho peor que Benedicto XVI y hasta el último día dedicó 25 horas diarias a la Iglesia. Pero lo del cachondeo lo digo por las fuerzas mentales. El Papa que ha lanzado el Año de la Fe, el de la trilogía sobre Jesús de Nazaret, el de las tres encíclicas sobre Fe, Esperanza y caridad... Parece que disimulaba bien su minusvalía intelectual.
La famosa frase del mensaje dimisionario de Benedicto XVI sobre su falta de fuerzas no puede desligarse del párrafo siguiente, cuando habla de un mundo, el actual "sujeto a rápidas transformaciones y sacudido por cuestiones de gran relieve para la vida de la fe". Sí, de sus palabras, puede deducirse que no se siente con fuerzas para los retos que presiente, o sabe, tendrá que afrontar la Iglesia de forma inminente, probablemente los peligros más grandes toda su historia. A partir de ahí se puede juzgar su decisión, o bien como un rasgo de humildad -estoy seguro de ello- o bien como algo más duro. En otras palabras, el mariachi progre-clerical (recuerden, nada hay más tonto que un clérigo progre) de curas rebotados y teólogos frustrados por no ser obispos, los mismos que se niegan a obedecer al vicario de Cristo, son ahora los que acusan al Papa de dimitir por no haber sido lo suficientemente duro con los "ultras" de la Curia. Curioso, porque hasta ahora, ese mismo mariachi de agonías reservaba el adjetivo 'ultra', precisamente, para Joseph Ratzinger. Ellos son así de coherentes en sus infamias.
Como muestra, un botón: el ilustrísimo teólogo Juan José Tamayo, sentencia en El País: "su memorable discurso contra la dictadura del relativismo hizo perder la esperanza de cambio". Es decir, que ya sabemos dónde radica la esperanza de cambio de la majadera progresía clerical: en la vuelta al relativismo. ¡Eres genial, Tamayo!
La otra explicación es que hubiera sido obligado a renunciar: ¡Qué más quisieran los progres del Nuevo Orden Mundial (NOM)! No, Benedicto XVI ha vivido rodeado de enemigos, consciente, al igual que su predecesor, de que el papado no es un poder y de que, sobre todo, los males de la iglesia siempre están dentro y, a veces, arriba. Y esto porque los enemigos de la Iglesia nada pueden contra el Espíritu Santo que la sostiene. Ocurre sí, que Ratzinger, como buen cristiano, cree en la libertad del hombre. En otras palabras, un Papa no es un presidente del Gobierno ni un monarca. Un Papa no manda ni vence: argumenta y convence. Pero si la soberbia de un cristiano, un cura o un prelado, se empeña en desobedecerle, entonces el Papa no puede hacer otra cosa que rezar por él.
No olvidemos que hasta el mismo Dios se encuentra preso en manos del hombre, porque le ha creado libre. Dios le juzgará al final de la vida, pero en vida no puede torcer la voluntad libre del redimido. Ese es el juego de la creación. Por eso digo que los males de la Iglesia siempre están dentro. Ese enemigo no puede derrotarlo, pero, cuando se trata del Cuerpo Místico, el lema debe ser: "cuerpo a tierra que vienen los nuestros". O sea, nuestros queridos hermanos en la fe.
Ahora bien, sí que hay que reseñar una crítica de quien no es ni progre ni ultra, del ex secretario de Juan Pablo II, actual obispo de Cracovia, Stanizlaw Dziwisz: "De la cruz no se baja". Es decir, Benedicto XVI no se siente con fuerzas para llevar la barca de Pedro, quizás porque ha observado demasiados corazones podridos y demasiada corrupción en la humanidad en general y en la Iglesia en particular. Fue Joseph Ratzinger quien habló, en vida de Juan Pablo II, viacrucis en el Coliseo romano, de una Iglesia santa pero "llena de suciedad".
En resumen, yo creo que el enigma de la dimisión de Benedicto XVI es éste: no se siente con fuerzas de afrontar un mundo que sabe se va a meter en líos, quizás muy gordos, por haberse olvidado de Cristo. Un mundo... y muchos miembros de la Iglesia, de esa especie de Iglesia paralela que pretende crear el NOM, un cristianismo a la carta que no pretende destruir a la Iglesia sino conquistarla. La dimisión de este gran hombre que es Joseph Ratzinger sólo puede entenderse así: no se siente capaz de afrontar lo que viene, pero tengamos claro a qué se refiere cuando habla de lo que viene.
Aunque don Stanizlaw piense que, por eso mismo, debería continuar. Entre otras cosas para no acelerar el proceso con su salida. Eso sí, si Benedicto XVI ha recibido órdenes de más arriba, nunca lo sabremos.
Eulogio López
eulogio@hispanidad.com