Lago de Guadalupe, Cuautitlán Izcalli., 10 de noviembre de 2005
Dichoso aquel siervo a quien su Señor, al llegar,
lo encuentre cumpliendo con su deber (Mt 24, 46).
1. Los arzobispos y obispos de México nos hemos reunido en Cuatlitlán Izcalli del 7 al 10 de noviembre del presente año 2005 para celebrar nuestra LXXX Asamblea General. Mantenemos vivo en nuestra mente y nuestro corazón el encuentro con el Sucesor de Pedro, Benedicto XVI, con quien dialogamos en el mes de septiembre y presentamos la realidad de las Iglesias Particulares a nosotros encomendadas, en ocasión de la visita a las tumbas de los Apóstoles Pedro y Pablo. Los mensajes que recibimos de Su Santidad en esa ocasión han sido divulgados por nosotros mismos y a través de los medios de comunicación.
2. Hemos celebrado recientemente, con espíritu de fe y con gran gozo, la clausura del Año de la Eucaristía en nuestras diócesis. Estamos a la espera del Documento Postsinodal que nos presentará las conclusiones de la XI Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos con el tema La Eucaristía fuente y cumbre de la vida y misión de la Iglesia. Próximamente celebraremos en nuestra Patria cuatro grandes acontecimientos eclesiales en este mes de noviembre: El Congreso Internacional sobre Iglesia y Estado Laico, del 14 al 17; la Beatificación de los mártires en Guadalajara, el 20; la presentación del Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia en la Ciudad de México el 21 y 22, y el XIII Congreso Nacional Misionero (CONAMI) en Mérida del 28 del mismo mes al 3 de diciembre.
3. El objetivo de nuestra LXXX Asamblea General ha sid Discernir y definir la reestructuración de las Provincias Eclesiásticas para prestar un servicio evangelizador más eficaz al México actual, en sintonía con la recién aprobada reestructuración de las Comisiones Episcopales de la CEM.
4. Visión de la realidad: Al contemplar con ojos de pastores la realidad actual de nuestro país hemos considerado la diversidad geográfica, cultural, religiosa y pastoral.
Detectamos algunas sombras como, como consecuencia de una vida sin Dios: la inseguridad, la violencia, la corrupción, el narcotráfico, la pobreza extrema. Una brecha cultural, socioeconómica, laboral y bajo nivel de educación.
Persiste el racismo, la marginación y violencia contra la mujer; cacicazgos que controlan la vida política, económico laboral y educativa de las comunidades, provocando la presencia de mayorías pasivas.
Constante abandono del campo y migración hacia las ciudades; ecosistemas dañados; crece el desempleo, la emigración y la consecuente desintegración familiar, el azote del suicidio y el sida. Los ataques a la vida.
Analizando también la realidad presente de nuestra Iglesia católica, reconocemos el hecho de la inadecuada distribución de los agentes de pastoral; aunque existen diócesis con una cantidad suficiente de sacerdotes y religiosos, no así en otras, donde la densidad de población, a veces exagerada, o la gran distancia entre las comunidades, es insuficiente el número de agentes y provoca desgaste en su persona, en la economía y los tiempos por el desplazamiento.
Encontramos entre las luces algunos signos de compromiso responsable en organizaciones de la sociedad civil y servidores públicos en favor del desarrollo de las comunidades, valorando la dignidad y el respeto de las personas, las familias y sus tradiciones.
Permanece en nuestras comunidades un profundo sentido religioso que sigue expresando contenidos católicos, fruto de la primera evangelización hace ya cerca de 500 años, y que fortalece los rasgos culturales que nos distinguen como mexicanos: la solidaridad, el respeto a la vida y a la familia, el cuidado de los más débiles. La mujer ha asumido con mayor firmeza su papel en la sociedad y en la Iglesia
Nuestra Iglesia se ha fortalecido con la creación de nuevas diócesis y la elección de más obispos que permiten su presencia en las comunidades y con la generosa y heroica disposición de agentes de pastoral, sacerdotes, religiosos y religiosas, laicos hombres y mujeres, que se ponen al servicio de los demás.
Otro signo positivo y alentador se nota en la reacción solidaria ante el impacto de los ciclones Stan y Wilma, que dejaron al descubierto tantas carencias sociales. Muchos hombres y mujeres apoyan a los necesitados, unidos a las instancias gubernamentales y al ejército, en las regiones afectadas y en unión con algunas comunidades eclesiales. Los obispos, con nuestros colaboradores y con varias instituciones, como Caritas, iniciamos acciones inmediatas de ayuda a favor de los damnificados.
5. Discernimient Como hombres de fe, hemos meditado la Palabra de Dios (Mt 24, 45-51), que nos presenta como ejemplo al siervo fiel y prudente. Fiel, es decir digno de confianza, cumplidor, responsable; prudente, que tiene capacidad de pensar y decidir adecuadamente y está a la altura de lo que se le ha encomendado. También meditamos en el discernimiento como una búsqueda de la voluntad de Dios, abiertos al servicio y al amor a nuestros hermanos. Esto nos ha motivado a hacer un camino de conversión, en diálogo fraterno, buscando la voluntad del Padre, en fidelidad a Cristo y a su Iglesia. Así queremos poner en práctica lo que el Santo Padre nos encomendó: ser promotores y modelos de comunión, valorar las realidades temporales e iluminarlas con la luz del Evangelio, promover la justicia y la solidaridad a favor de los más pobres y desprotegidos.
6. Conclusión: El trabajo de reestructuración de nuestra Conferencia Episcopal, pretende lograr un mejor servicio al país, como traducción de nuestro compromiso desde una Iglesia en actitud de escucha, que testimonie la misericordia del Padre. Queremos una comunión pastoral más sólida que encarne el evangelio en todos los sectores de la sociedad. Queremos caminar al frente del Pueblo de Dios con nuestro testimonio de solidaridad entre las diócesis, agrupadas en Provincias eclesiásticas, y manifestar así la presencia del Reino de Dios en el mundo.
Finalmente, desde nuestra misión de pastores, no podemos dejar de valorar el presente que vive nuestro país, que se prepara a las elecciones del 2006. Consideramos que es una nueva oportunidad para alentar la esperanza y fortalecer el camino de nuestra democracia. Invitamos a todos a conocer y reflexionar los comunicados y talleres que hemos elaborado al respecto.
Santa María de Guadalupe nos conduzca a todos los mexicanos por caminos de justicia y de paz.
Cuautitlán Izcalli, a 10 de Noviembre de 2005
Por la Conferencia del Episcopado Mexican
Mons. José Guadalupe Martín Rábago
Obispo de León
Presidente de la CEM
Mons. Carlos Aguiar Retes
Obispo de Texcoco
Secretario General de la CEM