Tenía una vecina que se casó con un galés. Su padre le preguntaba al futuro consuegro:

-¿Y a ti que te parece que tu hijo se case con una española?

A los que el galés respondió:

-Por mí estupendo. Mientras no se case con una inglesa...

Cuando en España, con apenas 15 años de sistema democrático, ya existían 17 gobiernos autónomos 17 parlamentos, 17 sistemas judiciales, 17 defensores del pueblo, etc., etc., el Reino Unido decidía otorgar una mera autonomía a quienes sólo contaban con selección de fútbol propia: Escocia, Gales e Irlanda del Norte. Pero los escoceses han aprendido deprisa, y ya hablan de independentismo.

Ahora bien, una cosa es blasonar y otra ejecutar. Si bien muchos escoceses fanfarroneaban con su histórica pasión por la independencia, lo cierto es que el Partido Nacionalista no debería creérselo. Es más, su anunciado triunfo en las municipales y autonómicas lo ha sido, sí, pero menos. Es más, si el Partido Nacionalista forzara su pulso independentista, su electorado le retiraría el apoyo en las urnas, aunque eso sí, lo predicarán en las tabernas entre elección y elección. La independencia es algo que se defiende mucho más que se apoya. Afuera hace mucho frío.

Y hablamos de un pueblo como el escocés, que ha sido históricamente vapuleado por los ingleses, mucho más que los que el resto de España, Castilla, si se prefiere, haya podido vapulear a los vascos (más bien nada). Y hablamos de Escocia, aunque el verdadero terror inglés se ha cebado con los irlandeses.

Ahora bien, el resultado de los comicios del pasado jueves pone en evidencia lo que está ocurriendo en el mundo político y en el económico: un pulso permanente entre internacionalismo y nacionalismo. El problema de esa pugna es el eterno problema del nacionalismo: que no se preocupa del Estado de Derecho sino del tamaño del Estado. Si el debate público es nacionalismo sí o no, estaremos hablando de identidades, no de ideas, y estaremos hablando del tamaño que debe tener un país, no de los derechos de los ciudadanos del mismo. Es decir, estamos en un debate falso y degradado: en lugar del Estado de Derecho nos preocupamos del tamaño del Estado.

Contra los virus del nacionalismo y del internacionalismo bobalicón, sólo cabe la recta el sentido común, también conocido como sentido de las proporciones. Por traducirlo al español: de nada sirven los cabreos con Arnaldo Otegi y compañía. Lo único que Otegi no soporta es que se burlen de él, lo único que Carod Rovira no aguanta es que le releguemos a la segunda fila de la atención pública… que es donde le corresponde estar.

Ahora mismo, Tony Blair debe haberse arrepentido, tras 10 años en el poder, de haber abierto el melón autonómico en el Reino Unido. Le vara dejar un bonito regalo envenenado a Gordon Brown. ZP no creo que se haya arrepentido del Estatut o de la negociación con ETA, porque ZP es un insensato y porque, no lo olvidemos, aún no ha perdido el motivo por el que comenzó estas locuras: aislar al PP. Y a Zapatero lo único que le interesa es mantenerse en La Moncloa.

Eulogio López