Una de las características indelebles del ser humano es su amor por la vida. Se pasa su existencia clamando contra la rudeza de su mundo pero, por una misteriosa paradoja, tiende a encontrase estupendamente en este puñetero mundo y se aferra a la existencia con una notable tozudez.

Otra de las notas distintivas, no de la humanidad, sino del hombre de hoy, es su ñoñez. Vamos, que somos blanditos como una gelatina y tendemos a calificar como los pequeños incordios de la naturaleza como dolores físicos insoportables o traumas psíquicos insufribles. En plata, que somos un poquito mariquitas. Quizás por tristeza no lo dudo, pero mariquitas.

Queremos vivir esta perra vida y el tenemos pánico al dolor, incluso a la mera incomodidad.

La combinación de ambos factores produce un François Hollande (en la imagen) cualquiera, es decir, produce eutanásicos. El presidente francés, de la corriente zapateril, que tanto ha cundido entre los estrategas progres del mundo mundial (véase Barack Obama) ya ha fechado la reforma.

A mí me da más miedo el aborto que la eutanasia. En ambos casos hablamos de asesinato y en ambos se trata de responder a la pregunta del siglo XXI: Quién decide quién debe vivir y quién debe morir.

Ahora bien, me da más miedo el aborto porque en él la víctima está indefensa, mientras el adulto puede resistirse a abandonar este mundo contra el que brama.

Quizás por ello, vender la eutanasia exige aún más sofismas que el aborto, por ejemplo, ayer contemplé al inefable corresponsal de RTVE en París, David Picazo, explicarnos el proyecto del eutanásico François. Era genial: se hablaba de aliviar el dolor a los que sufrían mediante sedaciones, a pesar de que puedan acortar la vida del enfermo, algo que se hace todos los días en todos los hospitales, desde que el mundo es mundo… y que nada tiene que ver con la eutanasia. Eutanasia es que entre un paciente por la puerta en perfecto estado de revista, aún con las dificultades propias de la edad, y se te muera, privado de la consciencia, en 48 horas.

Pero en algo coinciden aborto y eutanasia, además de en la cobardía con la que se ejecutan: ambas son muestras del odio a la raza humana, del odio a sí mismo, de una sociedad que es, a la vez, blandengue e inclemente. Es, como decía Chesterton, la sociedad del crustáceo: duros por fuera y blanditos por dentro. Justo al revés de como debería ser. Aborto y eutanasia son manifestaciones de la sociedad del crustáceo.

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com