Sr. Director:
No me extraña que los policías estén hartos: ahora les ponen a proteger a los delincuentes. Esta tarde he pasado por delante del Teatro Alfil y me he quedado de piedra: un furgón de la policía nacional hace guardia junto al Teatro para proteger al tal Leo Bassi y su obra blasfema. Varios policías vigilan el lugar como si de un dignatario se tratara. Y, a todo esto, ¿todavía no se sabe quién puso esa supuesta bomba? Extraño caso. ¿Será que también se ha fugado como los etarras de Segi? O tal vez sea Leo Bassi quien sabe la respuesta.
Viendo ayer en El País la noticia de la protesta contra la nueva escenificación de la obra de Leo Bassi, leo algo que me ha llamado la atención: que los ataques espirituales traen maldición. Y me ha venido a la mente un símil ecológico. Hace 50 años, la humanidad no era consciente del daño causado por la contaminación ambiental y las pruebas nucleares. Hoy, años después, sufrimos sus devastadoras y nefastas consecuencias. ¿No ocurrirá igual con otra clase de contaminación invisible (pero bien perceptible) como es la causada por la mentira, la difamación, la calumnia, el insulto y la blasfemia? ¿No será una grave contaminación espiritual la que produce el tal Leo Bassi? Tal vez un día, la humanidad despierte también a esa realidad eco-espiritual, cuando sus consecuencias sean también nefastas e irremediables. Procuremos, pues, remediarlo a tiempo.
Piedad Jiménez
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