Me llega esta noticia desde Chile, y en verdad que merece la pena reparar en ella. La barbarie del aborto ha alcanzado tales proporciones que una considerable mayoría de la población se niega a ver, se niega a mirar, lo que está pasando. El feto, como dicen de las señoras cuando cumplen los 50 años, se ha vuelto invisible, no porque el problema haya desaparecido, sino porque no queremos verlo. Si los viéramos, el aborto desaparecería del universo.
La civilización –dicen los arqueólogos- comienza cuando una sociedad empieza a enterrar a sus muertos. Pues bien, en Chile, donde la progresista Michelle Bachelet, en un gobierno de coalición con los democristianos, pretende implantar el infanticidio de marras, el movimiento provida se ha empeñado en enterrar a niños abortados. Es lo mejor que podía hacer. Prestar ese tributo al asesinado más inocente, al que no llevó una mala vida, sino que le troncharon la vida misma en su raíz, se merece la ofrenda del respeto a sus restos. Pero es que, además, enterrar a los abortados no es algo de mal gusto –salvo para los ‘piji-progres'- sino una llamada de atención un despertador en la dormidera mundial sobre la vida.
En España, paraíso mundial del aborto, el problema está en la utilización que se está haciendo de los restos de niños abortados. Hispanidad publicó en su día sobre los restos humanos encontrados en los contenedores de basura en las proximidades de la clínica Ginemedex, del ya famoso, gracias a la TV danesa, doctor Morín, que ha provocado una denuncia y la correspondiente investigación de la Guardia Civil.
Le doy una idea a cualquier diputado, por ejemplo a los del Partido Popular: ¿Qué pregunten a nuestra ministra favorita, la titular de Sanidad, Elena salgado, qué se hace con los restos de los 90.000 abortos que se realizan al año en España. ¿O es que no les interesa saberlo?
Porque si no respetamos ni a los inocentes vivos ni sus cuerpos muertos, si, por ejemplo, los utilizamos como material para cosmética, supongo que el siguiente paso será el canibalismo.
Lo primero : hacer visible al feto, paso previo para darnos cuenta de la brutalidad que cometemos con el aborto, lo que podríamos llamar, el salvajismo cotidiano.
Eulogio López