Los pisos nuevos se construyen sin bajos comerciales para preparar el terreno a las grandes superficies mientras se cierran los tradicionales mercados. Tras la muerte del pequeño labriego llega ahora la del pequeño comerciante. Y lo peor: la gran empresa pretende sustituir al pequeño propietario por el autónomo externalizado. Una ley que lleva toda la vida económica hacia el oligopolio y toda la vida política hacia la plutocracia

Lo pequeño es hermoso pero, al parecer, al poder repudia la hermosura y la pequeñez. El gobierno Zapatero ha lanzado el proyecto que modifica la Ley de Ordenación del Comercio Minorista. En pocas palabras, mantiene el veto de las comunidades autónomas a la apertura de grandes centros comerciales.

De inmediato, han surgido los liberales de proximidad, que se han rasgado las vestiduras y que exigen libertad total para abrir centros comerciales, esto es, una vez más, la libertad que consiste en soltar a la zorra en el gallinero.

Pero lo cierto es que dejar en manos de las autonomías la apertura de centros no significa la victoria de los pequeños comerciantes sobre las grandes sociedades anónimas, entre otras cosas porque muchos gobiernos regionales como el de Madrid, son partidarios de un sector controlado por pocos-muy-grandes y por un estado de cosas donde cada vez son menos los que mandan más.

Pero es que, además, toda la estructura económica está forjada a favor de los grandes frente al pequeño comercio. Por ejemplo, las nuevas viviendas carecen de bajos comerciales mientras desaparecen los antiguos mercados compuestos por un conjunto de empresarios independientes, al tiempo que la progresiva concentración de los circuitos de venta ha puesto a los productores en manos de los distribuidores, que monopolizan las ventas e imponen precios que no se ofrecen al pequeño comercio.

En definitiva, tras la desaparición del pequeño labriego se apunta ahora a la desaparición de los pequeños comerciantes a manos de las grandes superficies. Es todo un ataque contra la propiedad privada, porque, no nos engañemos, en las grandes empresas la propiedad de los accionistas es virtual y el poder está en manos de las grandes tecnoestructuras, es decir, de los directivos.

Hoy, en España, puede decirse que los únicos pequeños comerciantes, propietarios de su negocio, que quedan son los chinos, considerando que su estructura de propiedad resulta, cuando menos, sospechosa.

No sólo eso, sino que la gran empresa tiende a convertir a los pequeños propietarios en autónomos externalizados, por ejemplo, en el sector transporte. En España, Panrico se convirtió en el arquetipo de este sistema, pero lo cierto es que es sólo un ejemplo.

Al final, la muerte del pequeño comerciante se enmarca dentro del proceso más general de defunción de pymes de todo tipo. Lo pequeño, al parecer, ha dejado de ser hermoso, al menos para los poderosos, con el añadido, terrible, de que crece el oligopolio económico y la plutocracia política. Todo un ataque a uno de los derechos básicos del hombre: la propiedad privada.

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com