Zapatero es lo que mi abuela denominaría como un hombre muy listo pero muy poco inteligente. Ya sabía mi abuela lo que se decía, ya. Su acervo intelectual podría escribirse en una tapa de yogur, pero su instinto de conservación político está muy desarrollado.

Zapatero es uno de esos personajes que siempre hacen pensar que si moderación y mediocridad comienzan por la misma letra, tiene que deberse a algo. Intelectualmente Zapatero no ha salido de la ESO, pero su instinto para sortear las arenas movedizas en el pantano de la política es realmente meritorio, raya la genialidad.

En 18 meses de Gobierno, el hombre del diálogo y del talante ha conseguido crispar a los españoles mucho más que la chulería de Aznar durante ocho años. Porque Aznar no era más que un chulo antipático que ofendía con un estiramiento que incluso resultaba pueril. Por contra, con una sonrisa eterna, Zapatero ha desenterrado todos los demonios dormidos de los españoles, ofendiendo a todo y todos, aunque no por etapas, y crispar de verdad, en simas y cimas, a la sociedad española entera. Pero su instinto sortea con eficiencia este pequeño contratiempo, y ha conseguido que todo el mundo le desprecie, pero nunca al mismo tiempo. Además, no es chulo. Todo lo contrari lleva permanentemente encima la piel del cordero. Aznar no era un soberbio, sino lo que un castizo llamaría un gilipollas, es decir, un engreído. Zapatero es un humildito, y, por tanto, un superviviente.

Por ejemplo, decíamos ayer que durante hora y media de intervención en el Foro Europa Press (por cierto, los foros, en forma de desayunos o comida, según depende, se han convertido en el verdadero parlamento, donde los políticos, al menos, dicen algo) Zapatero mencionó la palabra España más que durante toda la legislatura. En 18 meses de Gobierno, mítines discurso e intervenciones parlamentarias y entrevistas, Zapatero no habló tanto sobre patriotismo como en 90 minutos de desayuno, el pasado miércoles.

Al mismo tiempo, el presidente del Gobierno arremetía contra la Iglesia Católica, a la que acusaba de mantener privilegios, tanto en su financiación como en el sistema escolar. Son dos de esas mentiras que pocos se atreven a denunciar. La verdad es que el Estado en nada privilegia al Iglesia Católica, que no tiene otros beneficios fiscales ni otras subvenciones que los propios de cualquier fundación, ONG o institución sin ánimo de lucro. Ocurre que si recibe más subvenciones que otras organizaciones no lucrativas es por la sencilla razón de que es más numerosa que cualquier otra, es decir, que son los propios ciudadanos los que convierten a la Iglesia, no sólo en confesión mayoritaria, sino en ONG mayoritaria.

Con la educación sucede algo parecido. Si mañana el Estado dejara de financiar la educación católica, a la que la Iglesia y los cristianos tenemos tanto derecho como cualquier otro, dado que sale de los impuestos comunes, la Iglesia sufriría, por el Estado sufrirá mucho más. La Iglesia Católica influye en educación por la misma razón por la que el señor Zapatero ni se le ocurriría llevar a sus hijas a un colegio musulmán.

Pero todo esto es lo de menos. Lo de más es que el instinto de Zapatero le dice que el español es católico y anticlerical. Por tanto, sabe que arrearle a la Iglesia no sólo no resta votos: los atrae.

Y el instinto del Presidente del Gobierno ha descubierto, también, que, por el contrario, meterse con la unidad de España no le trae votos, ni tan siquiera en Euskadi y Cataluña, donde los nacionalistas votan simplemente independencia romántica. Cuando ganó las elecciones no lo sabía, pero ahora sabe que se le puede descuadernar el Partido, sabe incluso, que barones socialistas ya llaman en su auxilio a Felipe González para defenderse de esos vascos cerriles y esos catalanes egoistones, Zapatero nos habla del verdadero patriota que es aquel que confía en España, que es un país fascinante, dinámico y plural, tres adjetivos formidables, que rebelan un entusiasmo patriótico, aunque por desgracia nada digan de la esencia de España.

Posdata. Como el estilo es el hombre, la talla intelectual de Zapatero se deja ver en otra de sus ideas-fuerza expresadas el pasado miércoles: es necesario combatir nos aconsejó- las teorías esencialistas. Eso es muy bueno, pero me temo que el imperio de lo políticamente correcto provocará que no lo encuentren ustedes en las hemerotecas. Porque antes, en tiempos periclitados, propios de la Caverna o la Edad Media, las teorías esencialistas, es decir, aquellas que apuntan a la esencia de las cosas, eran las buenas, sensatas brillantes y profundas. Pero, miren ustedes por dónde, según el pensamiento zapateril, cuyo cerebro debe ser guardado para la ciencia, resulta que esencialismo ha pasado a ser sinónimo de exageración o intolerancia. O sea, ya saben, lo que decía un ancestro político de Zapatero, el senador socialista José Prat: Siempre que alguien dice que dos más dos son cuatro, y un ignorante le responde que dos más dos son seis, surge un tercero, que en nombre de la moderación, el diálogo y la tolerancia, acaba concluyendo que dos más dos son cinco. O sea, como Zapatero.

Eulogio López