Sr. Director:

 

El domingo tuve la oportunidad de ver algo que por fin me interesó y me enganchó al televisor. Esto es muy poco habitual que me ocurra. Se enfrentaban en la Final de Roland Garros dos tenistas argentinos, Gaudio y Coria. El nombre de los jugadores es lo de menos.

 

Era épico ver a uno y otro con calambres, al límite de su resistencia física, peleando hasta el final, por conseguir la victoria en el quinto set, tras más de dos horas de partido. El espectáculo era digno de presenciar. Ambos jugadores solos ante el peligro y dependiendo de sí mismos para ganar o perder, sin influir el árbitro para nada. Sólo recibían la ayuda de alguna mirada de su mujer o de su entrenador con gestos de ánimo. Era deporte en estado puro. Para los educadores, soy profesor de Primaria y psicopedagogo, es muy útil para transmitir valores y virtudes el uso de ejemplos deportivos como éste.

 

Entonces, recordé qué flaco favor nos hace el fútbol a los que queremos educar. Aquí sólo se observa, que lo que importa es ganar a cualquier precio (véase al Oporto campeón este año de la Champions, como máximo exponente), que el árbitro influye en el resultado constantemente con decisiones equivocadas (y además, los periodistas deportivos, e incluso algunos miembros de la FIFA o UEFA, dicen que es la salsa del fútbol, ¿y el gol qué es: el hueso del muslo de pollo?), dichas decisiones equivocadas de los árbitros hay que pensar que son errores humanos (claro, por eso, llegó en el Mundial de Corea a semifinales, porque era una potencia futbolística a nivel de las 4 mejores selecciones del mundo, eliminando a España, Portugal... de modo tan honrada y limpia sin influir el árbitro). Ahora llega la Eurocopa, ¿va a ser otro bochorno similar al último Mundial?

 

El deporte va progresando... menos el fútbol. En Wimbledon se pone hasta un chivato que suena cuando la bola no entra en el saque... y hay al menos cinco personas mirando si entra o no la bolita. ¿Qué tendría de malo el uso del vídeo para arbitrar partidos de fútbol? Así se conseguiría que en vez de haber un millón de decisiones tomadas por la misma persona al arbitrar se repartieran funciones. ¿Se perdería la salsa de las trampas? Pues, a mí, lo que me gusta son los goles no los errores arbitrales. ¡¡Y que gane el mejor!!

 

Gabriel Madrid

 

GMadrid@tajamar.es