Ya ha declarado -aunque lo suyo no tiene excusa posible- en los juzgados madrileños de Plaza de Castilla: había matado a golpes a su perra, de nombre Chula, por defecarse en casa. Lástima que no exista la pena de muerte en España para ejecutar al miserable (sin dolor, ¿eh?, que nosotros no somos como él). Si hubiera estado el doctor Montes, al menos podría haberle aplicado a Chula una sedación adecuada para que pasara a la memoria, que no a la otra vida -los perros no van al Cielo-, en condiciones más humanas.
Afortunadamente, en este país todavía existe conciencia ciudadana y la novia del canicida y la madre de éste -futura suegra del susodicho, si ustedes me siguen- delataron al violento energúmeno ante la muy benéfica y muy humanitaria asociación El Refugio -de animalitos, si ustedes me siguen-. Para mí que aquí no va a haber boda, entre denunciante y denunciado. Gracias sean dadas, también, a los medios informativos -El Mundo de don Pedro José Ramírez, sin ir más lejos- que colaboran en la muy noble campaña de concienciación social contra el maltrato animal enseñándonos el cadáver de Chula, con la lengua enrollada y morada, a la que su asesino no ha otorgado ni unas exequias adecuada a su condición de víctimas.
La crueldad recorre la piel de todo desde La Coruña hasta Almería. Pero el ansia infinita de paz de nuestro presidente del Gobierno, Rodríguez Zapatero, ha llevado al Ejecutivo a indultar a una madre que había dado un cachete a su hijo de 11 años, sólo porque éste, en uso de su libertad, se había negado a hacer los deberes y le había tirado una zapatilla a la cabeza de la progenitora, lógico arrebato ante el incisivo acoso materno. Como consecuencia de tamaño maltrato al infante, los jueces, hacedores de nuestro Estado de Derecho, consideraron que la madre debería pasar una temporada en la trena, pongamos seis meses. Y es que laus Deo todavía hay gente sensible en este pícaro mundo, como el profesor del niño -un alma libre, sin duda- que tuvo a bien denunciar a la madre porque el niño tenía una herida en la nariz. Honestamente, creo que ese santo canonizable en vida, ZP, esta vez se ha pasado de bondadoso. A la cárcel con la miserable. También es que la condenada era un mujer, por lo que no podría hablar de violencia de género. No obstante, se vio obligada a abrazar al niño y suplicarle perdón ante los fotógrafos y las cámaras de TV.
Pero todo esto no basta. Debemos estar alerta, ojo avizor, ante todos los atentados que día tras día se perpetran contra nuestra salud y nuestra seguridad. ¿Que oímos los ecos de una bronca en el piso de al lado? Pues nuestro deber nos obliga a denunciar de inmediato al miembro masculino de la pareja. Sí es cierto, podemos equivocarnos pero más valen 100 denuncias falsas que un solo maltratador quede libre (cedo con gusto este eslogan a María Teresa Fernández De la Vega, por si quisiera emplearlo en alguna campaña sobre Tolerancia Cero contra la violencia machista. De nada).
Que la vecinita es retraída y pacata. Ahí puede esconderse algún tipo de incesto o quién sabe qué otra perversión. También pueden llamar a Televisión Española -o a A3 TV, últimamente de lo más progresista- quien seguramente realizará un reportaje con cámara oculta para desvelar toda la verdad.
La advertencia al Fisco no deja de ser útil -y anónima- a la hora de ajustar cuentas con el adversario. Y no con ánimo de venganza, sino porque contribuir es obligación de todos así como para evitar la explotación que conlleva la economía sumergida.
Que alguien supera el límite de velocidad y, por ejemplo, donde pone 50, corre a 51, llamada al canto. Todos debemos velar por nuestra seguridad vial: tarea de todos. Naturalmente, si observa que su vecino de barra bebe más de lo debido, por ejemplo, dos cervezas, y a la salida del bar coge el coche, nada mejor que denunciarle a la patrulla de guindillas más cercana para que le sometan al preceptivo control de alcoholemia. El Estado se lo agradecerá.
No olviden vigilar atentamente los contenedores de basura: ¡Cuántos delitos medio-ambientales se cometen en ese escenario, delitos que encarecen el reciclaje de residuos y acaban dañando la copa de ozono y, en suma, perjudicando la salud de nuestra madre la tierra. Si usted contempla el espantoso espectáculo de un incivilizado que vierte papel en el recipiente de vidrio, o residuos orgánicos en el de envases, no lo dude: denuncia al canto. La policía de la basura acudirá presta para detener al pérfido delincuente.
Sobre el tabaco prefiero ni hablar. Los hispanos deberíamos aprender del civismo que reina en los hoteles italianos. Allí, todos los clientes vigilan atentamente que a ningún desalmado se le ocurra encender un pitillo en las habitaciones. Si consiguen descubrir a este tipo de terroristas de la salud, proceden de inmediato a dar el doble aviso: a los carabinieri para que le deporten a Sicilia, por ejemplo, y a la Dirección del establecimiento, para comunicarles que no piensan abonar la estadía ante tan grave incumplimiento normativo. Incluso los avisos no tienen por qué producirse en ese orden.
Es hermosa la sociedad que estamos creando, el mundo del siglo XXI: una sociedad de celosos vigilantes de nuestra salud y nuestra seguridad, una sociedad multicultural pero cohesionada alrededor de un crecimiento sostenible. Orwell, que en el fondo era un reaccionario peligroso, no pudo ni concebir tan elevado nivel de civilización para 1984. No es delación, es civilización, desvelo colectivo por nuestra salud y nuestra seguridad que es derecho y deber de todos. Chula dondequiera que estés, tu sacrificio no habrá sido en vano. En cuanto los medios informativos, los más acreditados forenses de hoy en día, terminen su pedagógica labor, tu también formarás parte del todo universal y Gaia te acogerá en su seno.
¿Que cuál es la definición de buena persona en el siglo XXI? Aquella que nunca ha delatado a su prójimo.
Eulogio López
eulogio@hispanidad.com