Sabemos que los países de miseria y pobreza que existen en la tierra, se hubieran podido eliminar si las voluminosas inversiones en armas bélicas, que sirven para la beligerancia y la devastación, hubieran sido cambiadas en adquirir alimentos que aprovechan para la vida.

El hambre es una plaga que mata a más de seis millones de chiquillos anualmente, víctimas de malnutrición, de las dolencias contagiosas, fácilmente curables, pero que, los diminutos cuerpos de los críos, no son capaces de abordar al estar decaídos por la hambruna. La FAO, cuyo propósito consiste en acabar con el hambre en la tierra, a aseverado que cada cuatro segundos fallece una persona de hambre en todo el orbe.

En el mundo viven más de 1.000 millones de mortales hambrientos, según afirma el director general de la Organización de Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación, Jacques Diouf. También ha subrayado que la seguridad alimenticia es una condición primordial para la paz y la seguridad en el mundo.

En la cumbre de Lisboa del 2.000 se determinó que, en el año 2010, ya no vivirían pobres en el mundo. Según la Fundación Robert Schumann: La pobreza es un fenómeno que tiene muchas formas y es difícil de comprender. No cabe ninguna duda de que una familia, con falta de recursos para satisfacer las necesidades básicas como comida, abrigo y calefacción, es indigente.

La miseria y la malnutrición se encuentran entre los problemas más embarazosos que siguen afligiendo a la existencia de la estirpe humana. El gazuza es estimulada por el mismo hombre y por su narcisismo, que se trueca en fallos de organización social, en la inflexibilidad de las disposiciones económicas que con excesiva frecuencia sólo buscan la especulación, en prácticas que van contra la vida y en sistemas ideológicos que oprimen a la persona humana que, despojada de su dignidad fundamental, pasa a ser un simple instrumento.

La desnudez del mundo indigente podría ser vestida con los adornos sobrantes de los vanidosos, afirmó Goldsmith. Por otra parte, Sócrates decía que, únicamente llamaba acaudalados a los que sabían hacer buen uso de sus riquezas; los demás ricos, aunque disfrutaran de bienes incalculables, quedaban proscritos entre el número de los indigentes.

Clemente Ferrer

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