El precio de la libertad es la soledad, pero el precio de la verdad debe ser la soledad humillada. Supongo que así debe sentirse el juez Fernando Ferrín, abandonado por todos por haber decidido quitarle la custodia de unos niños a una madre y dárselas a su padre, argumentando que su madre era lesbiana. Por cierto, ¿por qué siempre hay que concederle la custodia de los hijos a la mujer?

Otrosí: si la mayoría de los españoles –según el último estudio del BBVA-, considera que una pareja homosexual no es lo más adecuada para criar a un niño, y que la educación de los menores precisa de los dos elementos, feminidad y masculinidad, ¿a qué vienen tantas rasgaduras de vestimentas por el auto de Ferrín?

Total, que Fernando Ferrín ha decidido modificar la custodia porque la mujer es homosexual y vive con otra pareja. El diario El País, siempre vigilante ante las derivas fascistas, y en aras de su indomable objetividad, ha calificado como "perla" del auto de Ferrín el siguiente texto: "Al igual que una relación heterosexual del progenitor custodio puede perjudicar a los menores y servir de base para un cambio de custodia, lo mismo la de un homosexual". Yo no le llamaría perla, le llamaría obviedad, pero, al parecer, a los chicos de El País la obviedad les escandaliza mucho. En efecto, ¿a qué padre o madre separado le gusta que su ex, con la que conviven sus hijos por orden judicial, se acueste con otro/a, delante –es un decir, aunque no me extrañaría- de sus niños? ¿Y a qué niño le agrada que su padre, o madre, le traiga un padrastro o madrastra? Y si se trata de una relación homo, mejor no hablar.

También ha dicho el juez que el hecho de que los padres de un menor sean gays supone el riesgo de imitar su comportamiento. Otra obviedad, al parecer muy escandalizadora. El socialista Rodríguez Ibarra lo explicaba muy bien cuando afirmaba que no le gustaba la adopción de niños por cacorros por que "yo no busco niños para las parejas sino parejas para los niños". Y es que, como decía Chesterton, "llegará un momento en que tendremos que pelear para demostrar que la hierba es verde". Ya estamos en ello don Gilbert, y ahora la obviedad se ha convertido en heroísmo, por mor de la majadería progre.

Por eso, don Fernando Ferrín, al que tendremos que apodar desde ahora "Corazón de León", acaba de ser expedientado, 48 horas después de que el grupo de feministas sinvergüenzas –una reiteración, lo sé- hayan montado el numerito. El Consejo General del Poder Judicial se ha apresurado a expedientarle, sus superiores del Tribunal Superior de Murcia a condenarle, y no le fusilan porque en España vivimos una guerra civil fría, congelada por nuestro bienestar. Que si no…

Y también los "suyos", le han abandonado. Achuchados por los canallas del lobby rosa y las miserables de las paniaguadas feministas, todos callan, incluida la prensa llamada de derechas, no vaya a ser que le confundan con semejante reaccionario.

Pero hay otro aspecto, si cabe más preocupante. Toda la modernidad hortera que nos domina no consiste en otra cosa que en la usurpación por parte de la ley, y de la burocracia, del papel que corresponde a la conciencia. Se me podrá decir, ¿y qué ocurre cuando la conciencia reina y es una conciencia deformada? Pues que nos topamos con el desastre… pero mayor desastre es una ley injusta que se impone por la fuerza, porque son unos pocos los que la imponen a todos. Con la conciencia errónea se estrella uno, quizás varios; con la ley errónea nos estrellamos todos, aunque, eso sí, lo hacemos en nombre del Estado de Derecho, lo cual siempre resulta consolador.

La línea argumental de toda la campaña contra el juez Ferrín consiste en alegar que sus "reparos morales" no pueden anteponerse al cumplimiento de la ley. Dejando a un lado que una ley injusta no debe ser cumplida, el problema es que la conciencia actúa sobre cada persona y cada caso concreto, mientras que la ley nunca ahoga la realidad porque se hace para todos y de forma apriorística: la casuística siempre desborda a la ley, nunca a la conciencia. Por tanto, la ley debe aplicarse según esos reparos morales, que en otros tiempos más alegres eran lo que llamábamos conciencia, el sagrario del ser humano. Los jueces son técnicos de la ley, pero, sobre todo, son hombres con conciencia. Me preocuparé cuando la ley falle, pero me aterraré más cuando flaquee la conciencia del encargado de aplicarla.

Es curioso, cuando está en juego nuestra seguridad física nos acogemos a la conciencia, al ser humano subjetivo. Por ejemplo, no queremos, aunque pueden hacerlo, que sea el objetivísimo piloto automático, una máquina, quien despegue o aterrice el avión en el que viajamos, queremos que sea una piloto de carne y hueso, mucho más falible que la máquina, quien realice la tarea, porque "él también siente miedo, también se está jugando su vida".

Sin embargo, cuando se trata de realizar un juicio moral, el más alto grado de actividad intelectual que puede desarrollar el hombre, cuando es el juez Ferrín el encargado de decidir, ante un divorcio o separación, qué cónyuge debe tener la custodia de un niño chico, entonces le exigimos que cumpla la ley, y que la interprete, no según sus "reparos morales", sino con la literalidad del Boletín Oficial del Estado en la mano. Porque si se trata de aplicar la ley objetiva, y no de interpretarla según la conciencia del juez, ¿por qué no permitir que sea un ordenador, al que se le haya introducido un programa con la norma y sus glosas, el que decida qué cónyuge está más capacitado para cuidar de los hijos? (Por cierto, ¿el programador sería hombre o mujer, homo u hetero?).

Porque claro, a lo mejor lo que se pretende no es ni tan siquiera el imperio de la ley, sino el imperio de lo políticamente correcto. Y lo políticamente correcto, no lo olvidemos, no es ni la verdad, ni tan siquiera la voz de la mayoría. Es sólo la voz que impone el poder. En este caso, el poder progre-mediático, la nueva oligarquía. Si lo quieren de otra forma, hablo de ese poder que, en España, imponen los Polanco y Pedro J. Ramírez. Dos caras de una misma moneda.

¡Y que viva el juez Ferrín!, Corazón de León rodeado de ratas cobardonas y mezquinas.

Eulogio López