Con frecuencia miramos sin ver. El entorno que nos rodea nos es tan familiar, que no llegamos a verlo porque estamos insertos en él, de tal modo, que formamos parte del mismo. Solo cuando otra persona nos muestra lo que realmente contiene, vemos aquello que tantas veces habíamos mirado y nunca habíamos visto.
Sin embargo, desde ahora, la apasionante historia y los principales rincones y lugares emblemáticos del histórico barrio judío de Granada, el Realejo, el barrio donde coexistieron en cierta armonía judíos, musulmanes y cristianos, los naturales y visitantes van a tener oportunidad de redescubrirlo y verlo con otros ojos. Unos ojos muy diferentes a aquellos con que lo miran cuando por él transitan los vecinos o a los habituales con los que se muestra al turista convencional.
La belleza, la historia y la leyenda de este rincón de Granada podrán reconocerlas, redescubrirlas a través de los ojos de unos jóvenes con capacidades diferentes, que enamorados de la cultura y de su ciudad, han luchado con esforzado tesón, para demostrar con su ejemplo el enorme poder de la determinación y la fe y, lo que es más importante, que la diferencia entre los sueños y las visiones, es la determinación que ponemos por convertirlos en realidad. No olvidemos que detrás de los grandes éxitos, siempre hay historias de valor y esperanza que comenzaron con un sueño. Un sueño cuyas raíces profundizan en el empeño de lograr lo que cualquiera que no tiene su condición, lo hace.
Los nuevos embajadores de la ciudad, como así se les ha bautizado, son jóvenes voluntarios con síndrome de Down, que se han preparado a fondo, con un gran entusiasmo, con fe, perseverancia y con un inmenso amor por lo que estaban haciendo, para desempeñar con una gran dignidad su misión.
Resulta sorprendente con que profundidad de conocimientos, estos jóvenes muestran a los visitantes los tesoros artísticos, históricos y arquitectónicos. Con que pormenorización y con qué entusiasmo bucean en la historia de cada rincón. La fe y el interés que estos jóvenes ponen en cada circunstancia que exponen al visitante, hacen que este se traslade en el tiempo y se sumerja en los acontecimientos presentados.
Es admirable la voluntad y el entusiasmo con que se entregan a su labor y digno de seguir su ejemplo por muchos de aquellos que no han tenido que superar las barreras sociales que estos jóvenes han tenido que abatir.
Viéndoles con el ánimo con que desempeñan su labor, no podemos por menos que darnos cuenta, que contra lo que comúnmente se cree, los niños que han nacido con el síndrome de Down, no son diferentes a nadie, lo tienen todo, y de lo bueno, mucho más que los demás. Ellos son la encarnación viva de la esperanza, la alegría y la determinación.
Han venido al mundo con un cromosoma más que representa más amor, más fuerza en el esfuerzo, más ternura, más vida y más esperanzas. A diferencia de otros niños sin esa condición, lo único que esperan de nosotros, es más atención, más amor y más paciencia.
Si tenemos la sensibilidad suficiente para leer en su mirada, observaremos que con una sonrisa en los labios, ellos nos están diciendo: "Si crees en mí, te sorprenderé". No me veas distinto a ti. Somos más parecidos que diferentes. Yo veo el mundo como tú lo ves y paso a paso, si tu no me excluyes, al igual que aprendí a caminar, voy a salir adelante. Si tú me ayudas y reconoces mis logros, si me brindas aprecio y respeto, me ayudarás a sentirme como cualquier otro niño. Por favor, no me tengas compasión. Si tú no me haces sentir distinto, yo disfrutaré de cada momento al máximo y celebraré cada pequeño triunfo, no importa cuán pequeño pueda parecer para otros. Soy un ser humano igual que tú, con las mismas necesidades, gustos, deseos, sentimientos y quiero tener los mismos derechos y deberes.
Son personas que con su empeño, su fe y su fuerza de voluntad, inspiran a quienes en el diario vivir, se han olvidado o nunca tuvieron la oportunidad de aprender que los retos, cuando son trabajados con amor y perseverancia, cuando se tiene fe en el resultado de las habilidades únicas de cada uno, siempre recompensan con grandes lecciones de crecimiento y superación personal.
El ejemplo de estos jóvenes guías granadinos, debe ayudarnos a cambiar la percepción que tenemos acerca del síndrome de Down, generar inclusión y comprender su individualidad como seres humanos no desiguales para que puedan llegar a vivir una inclusión total y real.
Aún queda mucho camino por recorrer "sobre todo en materia de integración y transición a la vida adulta. Pero hay que ser consciente de que si sumando capacidades, se ha conseguido avanzar de forma colosal en los últimos 25 años, es esperanzador pensar que los siguientes han de ser mucho más prometedores.
Solo si les miramos con los ojos del alma, nos daremos cuenta que la risa de un hijo con síndrome de Down, es algo tan puro, tan limpio, tan sincero, tan lleno de amor e inocencia, que solo la sonrisa del Creador se le puede asemejar, porque el suyo, es el lenguaje del amor.
César Valdeolmillos Alonso