Sr. Director:
Años reclamando algo que debía de ser justo, algo que debía de ayudar a tantas familias con gravámenes familiares, para personas que padecen una minusvalía grave.

 

Algo que los enfermos dependientes debían de tener. Era esa esperada ley de la dependencia. Tal vez no la mejor, pero el primer avance estaba conseguido, solo era cuestión de ir puliendo, transformándola, adaptarla a los nuevos movimientos y épocas.

Una ley que nació para para aquella persona que precise ayuda constante en su actividad de la vida diaria. Una ley que suponía que ningún ciudadano, se quedase fuera de su cobertura por problemas económicos. 

Una ley de derecho, para los dependientes, con servicios y prestaciones y para todos y todas. En definitiva una ley que era y sigue siendo necesaria.

En estos tiempos de crisis, los datos no son agüeros. Uno de cada tres dependientes, es decir, 312.244 personas, tienen derecho a cobrar lo que marca la ley de dependencia. Pero no perciben nada.

Y lo preocupante no es este número, sino la tendencia a la subida de él. Pues aunque las crisis avance, en concordancia va las enfermedades y con ella las carencias del bienestar que se están dando.

A las cifras que marcan la cantidad de usuarios que no cobran, está la cifra de quienes están esperando aún por parte de sus comunidades el PIA, es decir, el requisito fundamental para recibir esta prestación.  Esto es lo que se le denomina, el limbo de la dependencia. Creciente cada día. Personas que están en el olvido, pues si se le reconoce su derecho, glosarán la lista de no pagados.

Pero esta ley está agonizando, la han hecho vieja incluso antes de ser joven. Deberíamos llorar, gritar y decir basta. No se puede dejar a tanta gente en el olvido, bastante desdicha es tener un familiar enfermo y si lo unes a no tener sustento económico, solo queda la desesperación.

Y entonces, ¿dónde quedará su sufrimiento de tantos años? ¿Dónde quedara la lucha del reconocimiento que tantos no han visto, por no estar ya aquí?

Espero de corazón que aquellos que ahora parece se ríen de esta ley y quieren recortarla hasta su desaparición, jamás deban de pasar por lo que cientos de familias están pasando. Sentirse solo es peor que no saberse vivo. Pues no es el enfermo solamente quien sufre, sino también quien lo cuida y vive día a día con la enfermedad. Pues las enfermedades no entienden de ideologías.

Francisco J. Cebrián