Estaba Juan Pablo II leyendo un discurso a los jóvenes suizos (un viaje de una día, una reunión con los jóvenes y una Eucaristía, "sólo eso", como afirmó el cronista de Radio Nacional, otro que, en pocas semanas, se ha convertido al nuevo talante del Zapaterismo) y se notaba que le costaba dolores de parto. El Parkinson, la vocalización, el peso de la púrpura, los ataques a
Por el contrario, a los 40 teólogos suizos que, mera casualidad, hicieron coincidir el viaje de Juan Pablo II con un documento sobre la necesidad de jubilar al Pontífice, seguramente no aplaudieron el papal gesto de firmeza. Ya resulta extraño que en un país tan pequeñito haya cuarenta teólogos firmantes de manifiestos, que es una de las ramas más abstrusa de la teología, dado que está dorada del mérito, que no el don, de la infabilidad. Además, a estas alturas, intentar reventar un viaje apostólico con la cosa de la jubilación, resulta un tanto tonto. ¿Y por qué no la prejubilación? Esto está hecho: le pides consejo a Emilio Botín o a Francisco González y ya tienes un acuerdo sobre prejubilaciones para empleados, funcionarios, presidentes del Gobierno y hasta Papas. Para todos, con la excepción de los presidentes de bancos, que tienen el futuro mucho más asegurado que el propio Papa. En esta vida, se entiende.
Eulogio López