La superficialidad de la sociedad actual se detiene constantemente en banalidades incluso cuando se abordan los temas más trascendentales, en los que la sociedad, tal y como la conocemos, se juega en buena parte su futuro, su propia supervivencia.
Uno de esos temas es el del matrimonio. Especialmente tras la sentencia del Tribunal Constitucional sobre la ley que permite el "matrimonio" entre personas del mismo sexo. Se he hecho más evidente aún lo que tantos expertos en temas de familia afirmaron cuando entró en vigor: la desaparición práctica del matrimonio.
En efecto, ya no existe, sólo queda de él el nombre, a modo de cáscara vacía.
El divorcio sin causa ha hecho que ya no se pueda hablar propiamente de "derechos y deberes conyugales"; incluso la ceremonia civil, en la que el juez o el alcalde leen a los contrayentes los artículos 66, 67 y 68 del Código Civil ha perdido todo su sentido: el matrimonio puede acabar sin otro motivo que la voluntad no fundada ni razonada de uno de los cónyuges, lo que supone, como afirman los expertos, estar dando carta de naturaleza al repudio unilateral, siempre considerado en occidente gravemente atentatorio contra el principio de igualdad (está permitido en algunos códigos de familia islámicos). Si el matrimonio así considerado no crea derechos y deberes mutuos, se convierte en una mera relación de hecho. Pero con la sentencia del hemos acabado de ahondar en este desvanecimiento de la institución matrimonial. Al parecer basándose en la necesidad de adaptarse a una etérea "realidad social", se ha dejado en letra muerta el tenor del artículo 32 de la Constitución, que afirma que "el hombre y la mujer tienen derecho a contraer matrimonio con plena igualdad jurídica".
Parece increíble (aunque no tanto si consideramos el lamentable grado de politización al que ha llegado el Constitucional español) que una afirmación tan clara pueda ser contradicha de modo tan palmario, pues precisamente en este artículo se establece la heterosexualidad como factor determinante del matrimonio, por su expresa referencia al hombre y la mujer como titulares del derecho a contraerlo.
Ante la desaparición práctica del matrimonio, sin embargo, la sociedad parece actuar como el avestruz, sin querer percatarse de la gravedad de la situación. Se acude a justificaciones simplistas y vacías, del tipo "si se quieren… ¿por qué no han de tener los mismos derechos?" creyendo que se discriminaría a las personas del mismo sexo sino se les permitiera contraer matrimonio entre sí, invocando el principio de igualdad. Todo eso es quedarse en la superficie del problema, que por ello ni tan siquiera se percibe como tal. Porque tratar de igual modo realidades diferentes supone incurrir en la más profunda injusticia, consagrando la desigualdad.
Por todo ello, y como se recordaba en el IV Congreso del Foro Español de la Familia, es urgente recuperar el verdadero matrimonio, aquel en el que un hombre y una mujer se entregan recíprocamente y construyen una comunidad de vida. Es necesario recuperar la institución sobre la que pivota la familia, pues nos jugamos mucho, nos jugamos nuestro futuro, el de nuestros hijos y el de la sociedad entera, ya que sólo familias fuertes, estables y funcionales construirán una sociedad cohesionada, estable y próspera.Foro de la Familia