Hiroshima y Nagasaki, dos capitales católicas aniquiladas por el masón Truman

Lo envía Manuel Morillo. Se cumplen 64 años sobre las bombas en Hiroshima y Nagasaki, aunque el mundo actual está más pendiente del arsenal atómico de América del Norte y del que puede poseer Irán. En este segundo caso, el presidente americano recibe presiones del Gobierno de Jerusalén. 
Los datos sobre Harry Truman incluso se quedan cortos, porque este miserable fue uno de los presidentes anticatólicos más rabiosos, que lanzaba incendiarias misivas al Papa aprovechando que, como apunta Morillo que recuerda Maquiavelo, nadie le pregunta al triunfador de una guerra por los medios utilizadas para doblegar al enemigo.
Estoy de acuerdo en que el credo masónico puede explicar la política de Truman -y de cualquier otro masón- y que la masonería sí existe. No lo estoy en que sea la doctrina de la conspiración la que mueva el siglo XXI sino la doctrina del consenso. El modernismo es muy irracional y no se caracteriza por los argumentos sino por el ruido. En definitiva, que hemos pasado de la era de la conspiración a la hora del consenso. El poderoso del siglo XIX, también del XX, era aquel que creaba un modelo y lo aplicaba -generalmente en contra del bien común, pero esa es otra historia. Por contra, el líder del siglo XXI es el surfista que se sube sobre la ola del consenso social, de lo políticamente correcto, y se convierte no en su creador, sino en su portavoz. Antes todo movimiento -nazismo y comunismo incluidos- eran la creación de un líder de una camarilla de conspiradores, lo mismo da. Hoy el líder llega después del consenso y acentúa el tópico. ¿Es mejor este sistema? En mi opinión no: es menos controlable por los desalmados pero también por quienes apuntan al bien común y al bien individual de cada miembro de la sociedad.

La causa es del relativismo. En efecto, la verdad no existe, y dado que el hombre no puede vivir sin una verdad, se considera cierto aquello que aprueben las mayorías o simplemente quienes logren hacer más ruido. En cualquier caso, un desastre porque las mayorías también se pueden equivocar, al igual que los políticos, los parlamentarios, los jueces y los periodistas.

Lo cual no justifica -ni ahora ni en 1945- que el miserable de Truman lanzara dos bombas atómicas sobre escenarios civiles, con el objetivo de aterrorizar al Gobierno nipón y de aniquilar al mayor número posible de japoneses... y al mayor número de católicos.

Eulogio López

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