Por otra parte, existe un espectáculo espeluznante: el poblado marginal de la Cañada Real. Allí se pueden otear verdaderos bunkers de la droga y corralas inasequibles. Esta situación tan compleja pasa por una acción multidisciplinar de las fuerzas de seguridad. Pero, a nadie se le escapa, que la intervención policial, a lo largo de los 13 kilómetros de la Cañada, debe ser constante con una tenaz perseverancia.
Están prontos más de 50 puntos de transacción de narcóticos, controlados por unos veinte clanes de diversas etnias. La mayoría son emparentados que están perfectamente organizados. Existen unos 300 camellos que laboran en este jugoso y criminal entramado comercial. Se apilan los toxicómanos. Los ajustes para la adquisición de estupefacientes son constantes.
Últimamente, los "señores de la droga" han padecido un azote policial. Las fuerzas especiales de seguridad han arrasado siete bunkers, verdaderas fortificaciones donde hay que entrar con máquinas apisonadoras.
A los más de cien encarcelados por comerciar con drogas, se les ha confiscado 2,5 toneladas de heroína; 2,1 toneladas de cocaína; 8,2 toneladas de hachís; 900 kilos de marihuana, además de unos 40.000 euros en billetes, 28 vehículos y 7 pistolas.
El censo de la antigua vía pecuaria está listo: hay 8.628 cosmopolitas y 2.470 chabolas que engloban diversas realidades; clandestinidad del suelo, marginalidad de los traficantes e inestabilidad por el supermercado de la droga.
Es urgente una batalla contra el comercio y el derroche de estupefacientes para frenar esta dañina espada de Damocles para el tejido social, que origina el delito, la crueldad y favorece la devastación física y psíquica de muchas personas.
El vacío de Dios, ¿no lleva a la desesperanza? La desesperanza conduce a la deshumanización. El hombre sin Dios se deshumaniza y se hace enemigo hasta de sí mismo. A esto conduce el derroche de narcóticos.
"Desde el fondo de la angustia, del miedo y de los fenómenos de evasión, como la droga, típicos del mundo contemporáneo. Emerge la idea de que el bien y la felicidad no se obtienen sin el esfuerzo y el empeño de todos", afirmó Juan Pablo II.
Clemente Ferrer
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