Se me enfadan algunos lectores argentinos por mi artículo del pasado jueves 20, que titulé el "barbismo revolucionario". Y tienen razón: hablar de corrupción argentina, sin precisar, significa achacar al conjunto los argentinos la condición de corruptos. Y no era esa mi intención.

La victoria aplastante de Cristina Fernández, viuda de Kirchner, presenta los siguientes parámetros: al igual que en el resto del planeta, la gente sólo vota economía. De otra forma, no se entiende que el kirchnerismo, que ha relanzado la corrupción -sobre todo de jueces y policías- y ha sembrado la inseguridad en las calles. Hoy, Buenos Aires está catalogada como una de las ciudades más peligrosas de toda Hispanoamérica, a la misma altura México DF. Además, los argentinos no confían ni en su policía ni en sus jueces. No olvidemos que no existe otra corrupción que la moral: cuando se corrompe una administración se corrompen todos sus miembros, se institucionaliza la corrupción.

Entonces, ¿cómo es posible que Cristina Fernández haya conseguido este éxito abrumador? Pues por una economía que crece y por la política de subsidios.

La economía crece gracias al oro verde, a la soja, que ha convertido al país en el principal suministrador de alimentos para China e India, los países más poblados del mundo. El campo argentino es el instrumento que financia la política de doña Cristina.

¿Y los subsidios públicos? Hay uno que me gusta mucho: el salario maternal, que debería implantarse en Europa. Por cada hijo, el Estado paga a sus padres entre 1.500 y 1.700 pesos, unos 300 euros mensuales. Eso sí, las clases populares. En Hispanidad pensamos que el salario maternal debe abonarse a todas las madres, independientemente de su nivel de vida, porque el esfuerzo y la aportación de los padres es el mismo.

Hasta ahí bien. No se puede decir lo mismo de otros subsidios como televisores, frigoríficos o ligas de fútbol, que no son otra cosa que demagogia y/o compra de votos, pues el subsidio se desvía hacia manos amigas, sean individuos, asociaciones o regiones. Además de ello, el Estado financia precios artificialmente bajos de los servicios básicos como el agua, la luz, etc.

¿Cómo se mantiene este Estado subsidiado? Pues gracias al oro verde. Eso sí, con esta segunda clase de subsidios se fomenta la vagancia y se corre el peligro de que todo se venga abajo si falla la fuente de financiación. Por ejemplo, si se derrumba el precio de la soja y de los alimentos.

En otras palabras, Fernández ha ganado por goleada, pero un Estado subvencionado no puede mantenerse de forma indefinida. En España sabemos mucho de eso, con las economías subsidiadas andaluza y extremeña, que nunca levantan cabeza.

Eso sí, el salario maternal argentino no deja de ser un magnífico ejemplo para España. El resto de regalías públicas son más que discutibles: tiene presente pero nadie asegura su futuro.

Y el problema sigue siendo el mismo, aunque no sólo en Argentina sino también en el resto del mundo: como decía Perón, la víscera más sensible es el bolsillo. Los valores importan bastante menos.

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com