Si hay algo claro en una visita del Papa es que nunca deja indiferente a nadie, y España no es distinta.
Su presencia en Santiago y Barcelona ya se anuncia -como se intentó en 2006 en Valencia- con manifestaciones contrarias. Por ejemplo, unos hablan del coste para las arcas públicas que supone esta visita, pero callan que el impacto económico que producirá se estima superior a los 45 millones de euros.
Otros rechazan su presencia como no deseada por la sociedad. Pero todos ellos juntos -como sucedió en Valencia- no son sino un suspiro frente a las multitudes de gallegos y catalanes que con los brazos abiertos le esperan con ilusionada devoción. Sin embargo, el Papa no viene a provocar ningún enfrentamiento, antes al contrario, lo suyo ha sido, es y será hablar del Amor, y su reflejo en el amor al prójimo; del derecho a la vida; del matrimonio y su derecho a educar a sus hijos.
Los católicos sabemos que el Papa es el sucesor de Pedro, aquel al que Jesucristo dijo y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia. Con todo el respeto a cualquiera no católico, me atrevo a sugerirle escuche al Santo Padre; podría hacerle mucho bien.
Amparo Tos Boix