La verdad es que la situación en Iberoamérica se deteriora por momentos. El venezolano Hugo Chávez ha impuesto su ley mordaza. Ya no hay que llamarle semidictador, el venezolano está pasando a dictador completo. La miseria cunde en las calles de Caracas, aunque es verdad que sus gestos demagógicos, como el reparto de combustible a buen precio, le hacen parecer como el rey de los desheredados. Y también es verdad que la corrupción rampante de los partidos tradicionales, tanto democristianos como socialdemócratas, les hace parecer lo que no son. No nos engañemos, la demagogia Chávez es la demagogia de Fidel Castro, su mentor ideológico. La diferencia es que Castro no tiene petróleo, y Chávez sí.

Desde España, el Gobierno Zapatero no deja de apoyar con entusiasmo a Chávez. Ya he dicho que la política de Mr. Bean es cainita: odia más al Partido Popular que a los dictadores de cualquier parte del mundo. Así que, si Chávez acusa al anterior Gobierno del PP de apoyar el golpe de Estado en Venezuela, Mr. Bean lo apoya con entusiasmo, de la mano de su ministro de Asuntos Exteriores, Miguel Ángel Moratinos.

Porque Chávez es uno de los focos del problema, pero sólo uno. En estos momentos, el peligro del populismo de tipo marxistoide ha vuelto a la Argentina, Uruguay, Perú, Ecuador, Bolivia, Brasil (sí,  desgraciadamente también a Brasil), Panamá y amenaza con emigrar hacia el norte, hacia México, en cuyo caso estaríamos al borde del caos continental. Se trata de dictadores de izquierdas, tan nocivo como en su día fueron las dictaduras militares, dispuestas a co-financiarse y mantener una ayuda mutua, que censura cualquier voz crítica y mantienen las diferencias entre ricos y pobres, sólo que nadie se entera, porque al que habla le cortan la lengua. Nunca Castro tuvo tanto éxito en el mundo hispano como hoy, a un paso de la tumba y con un Régimen agonizante. Gracias a Chávez, el amigo de Moratinos y Mr. Bean. Es como para reflexionar.

Este populismo de izquierdas utiliza como arietes la instauración de los derechos reproductivos. Hasta ahora, el mundo hispano había sido una barrera frente al Imperio de la muerte, especialmente frente al aborto. Ahora, estos líderes -Kirchner, a pesar de su última declaración en contra del aborto, el Cholo Toledo en Perú, Lula en Brasil, etc- están introduciendo la cultura de la muerte.

Por otro lado, se mantienen, y hasta acentúan, las diferencias entre ricos y pobres, justo en el momento en que la economía del subcontinente hispano crece por encima del 4%. Como son de izquierdas, los Gobiernos de este país basan su política económica en la estatificación. El problema de Hispanoamérica es que lo que no es Estado es miseria. No existe la clase media, no existe la propiedad privada. Lo cual resulta especialmente grave si consideramos que la mayoría de estos países no tiene el formidable colchón distributivo de rentas del Estado del Bienestar: sanidad, educación, pensiones o subsidio de paro.

Como se trata de una demagogia populista, y no de derechas, la prensa progre española, por ejemplo El País, aplaude con temerario empecinamiento la evolución de Hispanoamérica. Cuando este populismo degenere en dictaduras violentas de corte militar (muchos de esos líderes son tan castrenses como castristas), entonces nuestra prensa y nuestros Gobiernos asegurarán que la culpa es de la presión norteamericana.

Eulogio López