Es una obsesión, lo que, como cualquier otra patología psíquica, es susceptible de tratamiento. John Le Carré, cuyos laureles han reverdecido más en la novela que en el análisis, se ha lanzado por la vía más cómoda, el plano inclinado, para hacer campaña contra la guerra de Estados Unidos contra Irak.

Y lo bueno es que tiene toda la razón. El presidente norteamericano, George Bush, al igual que el español José María Aznar, su principal admirador en Europa, han lanzado la guerra preventiva, y una guerra preventiva nunca produce canciones: sólo produce muertos. Es triste, pero la única guerra moralmente aceptable es aquella que surge de la legítima defensa ante un ataque y con medios proporcionados a ese ataque.

El Estado de Israel llevaba a gala que a lo largo de toda su durísima historia de supervivencia, nunca había hecho otra guerra que la guerra defensiva. Siempre había¡ sido el enemigo quien había atacado primero. Tan memorable tradición se rompió con la invasión del Líbano, y muchas veces más desde que Ariel Sharon llegó al poder. Es decir, el pueblo judío ha perdido su arma más eficaz: la fuerza moral de su violencia.

En segundo lugar, la reacción del agredido debe guardar cierta proporcionalidad con los medios utilizados por el agresor.  

Si se quiere actuar en justicia, la relación Osama Ben Laden-11 de septiembre-e Irak- Sadam Husein- terrorismo islámico, es demasiado larga. En cualquier caso, lanzar contra Irak un ataque de "guerra moderna", basada en los bombardeos a distancia, es provocar que paguen justos por pecadores. Ni se pueden matar moscas a cañonazos, ni se puede violentar la legalidad internacional (instrumento frágil y peligroso, pero es el único que tenemos), ni al terrorismo, ciertamente odioso, se le combate con ejércitos, sino con policías. Y esta última afirmación es fácil de demostrar: sólo hay que recordar que la guerra de Afganistán terminó con el Régimen talibán (creemos) pero no con Ben Laden.

La guerra preventiva, además, tiene otra pega moral. Tras el 11-S, se ha introducido la diplomacia de la sospecha. Nadie se fía de nadie, porque todo el mundo puede ser un terrorista o sospechoso de terrorismo. Pero toda la estructura de la justicia y del derecho se enraizan en una sencilla afirmación: no se puede golpear al culpable antes de tener la seguridad moral de que es culpable.

Y lo más gracioso es que todo esto que acabo de escribir no es más que la doctrina de la Iglesia, repetida una y otra vez por boca de sus más diversos portavoces y, especialmente, por boca de Juan Pablo II. Si alguien se ha situado, con la moral en la mano, frente a George Bush en el caso iraquí ese ha sido el Vaticano. Sin embargo, El señor Le Carré hace una lectura opuesta de todo lo que está ocurriendo: nos habla (El País, 20 de marzo, con honores de portada) de "el tufo a santurronería religiosa que hay en Estados Unidos" ¡...! O aquello otro de "la gazmoñería religiosa con la que van a enviar a las tropas estadounidenses al frente". ¿Gazmoñería religiosa? ¿Dónde se informa John Le Carré?

Es decir, la Iglesia se ha colocado enfrente de Bush, y eso que, si de estrategia hablamos, a la Iglesia podría convenirle mirar hacia otro lado en la actual situación bélica, quizás para no irritar a un presidente tan inhabitual  que defiende la vida humana desde su concepción. Pero no, resulta que con la moral, Juan Pablo II no negocia.

Así que el artículo de Le Carré recuerda lo del viejo chiste:

-María, hoy hace veinte años que nos casamos. Digo yo que podríamos matar al pollo.

-¿Y qué culpa tiene el pollo?

Pues sí, señor, para John Le Carré sí que la tiene. Es más, la culpa de que George Bush se deslice por el camino de la guerra la tiene, justamente, los curas. Si ya lo decía yo...

Eulogio López