Si la "generación Agag" resulta insulsa, centro-reformista, amorfa, descreída y tecnócrata, sus cachorros aparecen como mediocres "niñatos" del PP. Tras los últimos comicios autonómicos, algunos de estos "niñatos" se han visto aupados por el aparato del partido a puestos de responsabilidad pública. No llegan a la treintena, jamás han tenido experiencia profesional ajena a la política y son el exponente de la mediocridad criada en los pechos del partido.

Buscan la foto de una forma humillante, viven pendientes de la prensa de una manera esclava, obedecen las órdenes de sus superiores con una disciplina castrense, manifiestan una absoluta ausencia de criterio político e ideológico y han sido formados para sobrevivir en un mundo superficial y vacío, donde se valora el aplauso, el 'parabien' y la palmadita en la espalda. 

Carecen de proyecto político. Resultan deficitarios de espíritu de servicio. Han llegado para quedarse. Acaban de subirse al coche oficial y no piensan abandonarlo hasta la jubilación. Tienen máster en supervivencia en la esfera política, pero carecen de formación técnica, de experiencia profesional en la empresa y de contacto con la realidad social. Sus ásperas maneras provocan el rechazo de sus funcionarios. Su borrachera de poder resulta insoportable. Son los hijos del clan de Valladolid, de un partido que camina peligrosamente en una pendiente degradante, amoral, inmoral e irreal. ¿De verdad que tenemos los políticos que nos merecemos?