El pasado fin de semana, en Bruselas, se vivía un curioso espectáculo. El Este europeo que veía cómo las multinacionales, especialmente de automoción, reducían plantilla en sus fábricas mientras alemanes y franceses mantendrán sus puestos de trabajo gracias a las subvenciones públicas, e unían en frente común contra París y Berlín, a los que acusaban de ruptura del mercado único.
Con la desfachatez propia del chauvinismo, Nicolás Sarkozy les respondía que, apoyando a las Citroën o a las Renault a cambio de que éstas no despidan trabajadores en la Gran Francia, estaban apoyando el empleo en todo el continente. No explicó el porqué, quizás porque no lo consideró necesario. La reacción de los antiguos países comunistas consistió en morderse la lengua y callarse, porque saben que sólo podrán protestar mientras no rompan la baraja del reparto de fondos comunitarios y las inversiones de las multinacionales. Ya lo dijo el gato de Cheshire, interlocutor de Alicia en el inolvidable País de las maravillas: lo importante no es lo que significan las cosas, lo importantes es quién manda.
Pero la resistencia de los nuevos egresados a la tiranía de París y Berlín es moco de pavo. O debería serlo. Quien debería oponerse con la fuerza de las armas a las antieuropeas subvenciones de Francia y Alemania a sus industrias automovilísticas, es el país más perjudicado por las mismas: España, el segundo productor de automóviles de la UE que no posee ni una sola planta de montaje.
Pues bien, el único que podía hablar, el representante del país más perjudicado de todos, Mister ZP, no sólo no protesta sino que incluso felicita a la Unión con uno de esos discursos absolutamente cretinos en favor de la unidad de Europa, salvamento de todos los que se acogen bajo sus alas, que ha creado un sólo equipo para compartir la crisis (sic). Nicolás Sarkozy, Ángela Merkel, Silvio Berlusconi y Gordon Brown deben repetirse: ¡Pero qué cretino tan simpático!.
Todo el mundo se ha dado cuenta en Europa de que en tiempos de recesión contar con multinacionales propias es una bendición, porque la decisión de inversión se toma allá donde se reúne el Consejo de administración. Por tanto, en época de crisis todo el mundo es, o bien socialista o bien nacionalista económico.
Todos menos el obseso-cainita de ZP que con tal de fastidiar al español Manuel Pizarro (y ése a él, con los alemanes) españolizó Endesa regalándola al Ministerio de Energía italiano.
Meses atrás, durante un Cumbre hispano-francesa, los galos le piden permiso para que el monopolio estatal EDF entre en Iberdrola... ¡Y Zapatero se lo concede! Al parecer fue incapaz de darse cuenta de que lo que le estaban pidiendo era la cartera.
Ignacio Galán tuvo que poner muchas querellas y buscar muchos aliados para detener a los franceses, mucho más grandes, mucho más insolventes que Iberdrola...
La historia se ha vuelto a repetir el martes, con motivo de la visita del presidente ruso Medvédev, acompañado de los presidentes de Gazprom, Lukoil y complejo energético ruso. Medvédev habló de cooperación, palabra que en los oídos zapateriles evoca la infinita ansia de paz, y entonces el señor presidente se tira en plancha: Es una buena oportunidad de cooperación pero la palabra la tienen las empresas. ¿Se daba cuenta el inquilino de Moncloa que lo que el presidente ruso pretende es pisparle Repsol aprovechando otra disputa interna entre españoles? Me temo que todavía no, pero caerá de la burra en los próximos días, y entonces, supongo, buscar a una empresa estatal alemana para entregarles Repsol y fastidiar a los rusos. ¡Pues bueno es él!
¿ZP es tonto o sólo lo parece? La respuesta es: nunca lo sabremos. El concepto 'inteligencia', como todo el mundo sabe, es poliédrico. Podemos decir de alguien que es inteligente sólo si antes nos ponemos de acuerdo sobre qué cosa es la inteligencia. Y ese es un debate largo, habitualmente condenado al fracaso.
Eulogio López
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