El discurso de Juan Pablo II ante el cuerpo diplomático (lunes 10 de enero) es la alocución más "política" del Pontífice, que, sin duda, hubiera sido un gran periodista. El titular ya nos lo da hecho este plumífero polaco de altos vuelos: "Vida, pan, paz y libertad". Un programa sencillo para la humanidad, porque recoge los cuatro grandes desafíos. El Papa centra el primer capítulo en la defensa de la vida, especialmente de la más indefensa: del embrión. Por si alguien lo había olvidado, y como si quisiera recordárselo a algunos clérigos de mente confusa y dispersa, el Papa recuerda que " el embrión humano es un sujeto idéntico al niño que va a nacer y al que ha nacido a partir de ese embrión. Por tanto, nada que viole su integridad y dignidad es éticamente admisible. Además, una investigación científica que reduzca el embrión a objeto de laboratorio no es digna del hombre. Se ha de alentar y promover la investigación científica en el campo genético, pero, como cualquier otra actividad humana, nunca puede considerarse exenta de los imperativos morales; por otra parte, puede desarrollarse en el campo de las células madres adultas con prometedoras perspectivas de éxito ".

Hablando de pan, Juan Pablo II vuelve a insistir en que el problema no está en el número de seres humanos, sino en el justo reparto de la riqueza entre ricos y pobres. 

El Papa aprueba, por otra parte, el proceso de unidad europea, e incluso menciona el Tratado Constitucional. Se queda ahí, ni un paso más. El hecho de que lo mencione ya puede resultar significativo, pero legitima a quienes pensamos que nos gusta mucho más Europa que su futura Constitución y consideramos el Tratado sometido a referéndum como manifiestamente mejorable.

Por último, la libertad. El Papa recuerda que la libertad pública que más está sufriendo en el mundo moderno es la libertad religiosa, y en clara referencia el laicismo, afirma: " No hay que temer que la justa libertad religiosa sea un límite para las otras libertades o perjudique la convivencia civil. Al contrario, con la libertad religiosa se desarrolla y florece también cualquier otra libertad, porque la libertad es un bien indivisible y prerrogativa de la misma persona humana y de su dignidad ".

El discurso de Juan Pablo II no tiene desperdicio. Si quieren leerlo, pinchen aquí.

Eulogio López