He de reconocer que, en circunstancias normales, no habría hecho mucho caso, pero es el caso que lo ha dicho Boris Izaguirre, en la Cuatro, el nuevo juguete televisivo de Jesús Polanco, regalo personal de Zapatero, y en esas condiciones, como bien comprenderán, no puedo hacer otra cosa que asentir. Nos encontramos ante un intelectual de primera línea, imposible eludir la cuestión.
Porque Boris Izaguirre, este portento que siempre nos muestra allá donde su cerebro anida, lo ha dicho muy claro (martes 3): en Francia cunde la poligamia, por lo que otros intelectuales, de no tanto, pero casi tanto, nivel intelectual como Boris, han decidido que la poligamia es algo bonísimo, siempre que todos los implicados lo deseen y que, por tanto, debe ser reconocido por ley.
Una de las mujeres presentes, por aquello del sentido común que todavía albergan las señoras, intentó una tímida oposición, pero enseguida surgió alguien que habló de alargar los beneficios legales de la poliginia siempre que todos estén de acuerdo- a la poliandria. Y, naturalmente, con una matización tan políticamente correcta, si la mujer también tiene derecho a varios esposos (igualito que en el aquel musical titulado La Leyenda de la ciudad sin nombre) nuestra fémina se recluyó en la atmósfera dominante.
El problema de la sociedad actual es que confunde pensamientos con sentimientos y convicciones con sensaciones. La cosa empezó con Descartes, quien abrió la caja de pandora, pero no nos ensañemos con él. Era un buen tipo y no tenía la menor idea del desastre que iban a provocar sus buenas intenciones. Porque claro, el problema no es que Polanco defienda la poligamia, sino el argumento con el que la defiende su asalariado, el venezolano Boris: si todos está de acuerdo. Este es el eje, el nudo gordiano, el pecado capital. Porque ¿quiénes son todos? Nuestro lenguaje está lleno de todos, o, si acaso, de alusiones a una mayoría no claramente delimitadas. Si todos, se supone que el hombre y las cuatro mujeres que Mahoma dona al varón, están de acuerdo en compartir, el asunto está hecho,
sólo hay dos problemas, práctico el primero, teórico -es decir, mucho más relevante- el segundo. El primero, que el todos no resuelve nada. Por ejemplo, ahora que están de moda los nacionalismos: ¿quiénes son todos a la hora de decidir, es sólo un ejemplo, sobre la independencia del País Vaco? ¿Todos los vascos, los vacos más los navarros, los vascos, más los navarros más los vascofranceses? ¿Todos los españoles? ¿Todos los franceses?
Y a la hora de dejar de fumar, ¿quiénes son todos los que deciden? ¿Los fumadores? ¿Los no fumadores? ¿Fumadores y no fumadores? ¿El Gobierno? Sí, ya sé que al final es el Gobierno, pero imagínense que se tratara de un Gobierno que realmente quiebra interpretar los deseos de la mayoría: lo tendría de color de hormiga. En definitiva, siempre que alguien dice que todos decidan, se abre un interrogante tremendo sobre quién debe decidir.
En segundo lugar, está el problema teórico. No basta con que exista consenso para tomar una decisión. Supuesto y o admitido, que resultara fácil interpretar el consenso, lo cierto es que el hombre no vive en el vacío sino en un universo que le ha sido dado sin pedirle opinión ni sobre la donación ni sobre las características del regalo. Y ese universo tiene unas reglas. Es lo malo de la Ley Natural, que existe se quiera o no se quiera.
La histórica coincidencia de que aquellos que identifican esa Ley Natural con el espíritu gregario sean los que imponen su ley a la grey, en nombre del consenso, siempre ha resultado un fenómeno muy sospechoso. Pero, en cualquier caso, con la Ley Natural, con la realidad, pasa lo mismo que con Dios (en lenguaje moderno, por ejemplo el de Polanco, hablaríamos del problema de Dios). Y el problema de Dios no es su existencia, ni la relación entre fe y razón. El verdadero, arduo, tremendo, insoluble, problema del Creador es que Dios existe o no existe independientemente de que creamos o no creamos en Él. Ya sé que esto supone un insulto a la naturaleza humana, pues demuestra la poquedad del hombre, al que ni tan siquiera se le pide permiso para venir a este mundo, pero, aunque sea duro admitirlo, resulta que las cosas, muchacho, son así.
Por ello, la poligamia es un atentado directo contra el amor, el matrimonio y la subsistencia de la raza, como lo es la homosexualidad. El amor sexual comporta entrega de cuerpo y alma (mente, si lo quieren en políticamente correcto, aunque estemos hablando de exactamente lo mismo), porque uno se da entero a la otra y la otra al uno, y la poligamia es un error porque uno no puede trocearse para darse entero a cuatr tocarían al 25%. Esa es la ley natural que con el transcurso de los años se convirtió en ley positiva, y fue cuando comenzó a hablarse de la dignidad de la mujer, que tiene derecho a recibir el 100 por 100 del varón a cambio del 100 por 100 que ella le dona a él. Una explicación en términos matemáticos, pero que todo el mundo entiende, salvo Boris Izaguirre y Jesús Polanco, que están en el progresismo modernista, si ustedes me entienden. Un progresismo que, a pesar de su enorme parecido, no deben ustedes confundir con la gilipollez manifiesta.
Eulogio López