Bien pensado, a lo mejor no estoy hablando de futuro, sino de presente, incluso del pasado reciente.
Frivolizar la Navidad significa destruirla, porque, como todo lo divertido, el nacimiento del Hijo de Dios es algo muy serio. Se puede banalizar la Navidad al modo de El Mundo, cuyo suplemento de viajes -un mero motivo publicitario- nos presenta 25 destinos para vivir la tradición… o evadirse de ella". ¡Ay, qué tradición tan cansina para el progre!
Se puede trivializar la Navidad como RTVE, quien está empeñado en mostrarnos al majadero australiano que ha entrado en el Libro Guinness de los récords a costa de poner bombillas -que no luces navideñas- en su casa hasta convertir su engendro en una pesadilla para sus vecinos.
Pero la mejor forma de banalizar el cumpleaños del Dios hecho Hombre es convertir la Navidad en una celebración sin motivo: fiesta de Navidad con supresión expresa de símbolos navideños en hogares, colegios, empresas o instituciones, todo ello en nombre de la laicidad.
Por ejemplo, el alumbrado urbano carente de referencias a lo que se celebra: el nacimiento de Cristo. Y con él, la gratitud por haber sido creado. No olvides que la primera forma de pensamiento es el agradecimiento (Chesterton).
Las fiestas se hacen por algo. Y si no, no hay que hacerlas.
Eulogio López
eulogio@hispanidad.com