El bueno de Charles Darwin era uno de esos santos laicos de los que puede decirse que estaban más pendientes de sus conclusiones que de sus consecuencias.

O sea, de lo más científico. Al amigo Descartes le pasó lo mismo: hombre del medievo -es decir, una mente de verdad en un hombre de verdad- la lió parda: nunca se imaginó la que iba a montar con su pienso, luego existo. Bueno, al menos eso trató de creer, ahora que Darwin resucita el icono de la progresía.   

El caso es que, tanto don René como don Charles, hicieron de aprendices de brujo. Con Descartes murió el realismo, es decir, murió la realidad, y con Darwin nació la comodidad: como decía Chesterton, hay algo blando y mullido en la palabra evolución: no dice nada pero sacia a todo aquel que no desea pensar demasiado.

En cualquier caso, todavía no había pasado Sir Charles a mejor vida cuando empezaron las ligeras jaquecas que terminarían en el actual manicomio: comenzaba la tétrica época de la modernidad. La más triste de la historia.

Francis Galton, primo de Darwin, formuló los logiquísimos principios de la eugenesia, lógicos desde el momento en que don Francis había leído a su primo con atención. El señor Galton, todo un progresista, consideró que la humanidad avanzaría mucho más rápido si se incentivaba a las mentes preclaras a tener más hijos mientras se animaba -¡qué caramba!, se obligaba- a impecunes y analfabetos a la esterilidad.

Hoy en día, el Nuevo Orden Mundial (NOM), a través de Naciones Unidas, hace exactamente eso: su primera receta, y sus primeras subvenciones, para solucionar la pobreza en el mundo es reducir el número de pobres, a ser posible antes de nacer y en cuanto estalla un conflicto bélico allí se presentan los amigos de la humanidad selecta para ofrecer a afganas, iraquíes o sudanesas servicios de aborto y esterilización gratuitos. 

Discípulo aplicado de Galton fue el maquinista H. G. Wells. En 1903, este espejo de progresistas, valladar de la ciencia y de la técnica, escribió: La conclusión de que elevaríamos el nivel general de la raza si pudiéramos disuadir de tener hijos a los tipos inferiores, o impedírselo, y alentar a los tipos superiores a crecer y multiplicarse es tan simple y tan obvia que supongo que en todas las épocas habrán surgido voces preguntándose asombradas por qué no se hacen.

¿Lo cogen? Los ricos, o cultos, los superiores, tienen derecho a tener hijos; el resto, a tomar la píldora, la de antes o la de después, si no algo peor.

¿Era Darwin inocente de estas tropelías? No lo decidiré yo, porque si hay algo que me resulta tremendamente aburrido es la humana administración de justicia. Pero lo cierto es que su hijo, el mayor Leonard Darwin, presidente de la Asociación para la Eugenesia, escribió, en La necesidad de una reforma eugenésica, que existían tres medios para eliminar a los menos capaces: cámaras de gas, esterilización o segregación obligatoria. Como buen Darwin, el mayor era un filántropo, por lo que aconsejaba prescindir de las cámaras de gas. Por contra, los dos segundos le parecían extraordinarios. El pobre, insisto, un filántropo, que me recuerda mucho a Rodríguez Zapatero, consideraba que el número de los que podrían ser eliminados provechosamente es tan grande que no proporciona una base sólida sobre la que construir un proceso factible. Si viviera en el siglo XXI, el mayor habría sido consultor: ¡Qué maravilla de lenguaje!  

Y no se crean, los desvelos del señor primo unido a los de Wells y Darwin junior, tuvieron su fruto político. En 1913, el Gobierno inglés anuncia la primera ley eugenésica (es decir, que los pioneros no fueron los nazis, sino el muy democrático Gobierno de Su Graciosa Majestad. Como en aquellos tiempos podían ser tan bestias como ahora mismo pero menos hipócritas, calificaron la norma como la Ley de Deficiencia mental. Hoy, sin ir más lejos, nuestra actual vicepresidenta segunda del Gobierno, doña Elena Salgado, cuando lanzó sus dos normas eugenésicas (2006), habló de Ley de Investigación Biomédica y Ley de reforma de la fecundación asistida, que resulta infinitamente más eufónico.

Nótese que la hipocresía también es conceptual. Ahora se selecciona a los humanos superiores de entre los inferiores en el primer momento: en el seno de la madre, porque tecnológicamente podemos hacerlo. Pero en la Inglaterra de 1913, actuaban ante y post parto, si ustedes me entienden. Así, la norma de 1913 estableció varias categorías de degenerados que podrían ser encerrados en manicomios con dos certificados médicos y una autorización judicial: ¿Les suena?

¿Y quién es degenerado? O dicho de otra forma, ¿quién tiene derecho a la vida y a la libertad y quién debe ser privado de ambos dones? Sencillo: un degenerado era cualquier adulto que requiere cuidados, supervisión y control para su propia protección o para la protección de otros, así como cualquier niño, ojo al dato, que se mostrara incapaz de aprovechar las enseñanzas recibidas en el colegio.

Que no se me olvide enviarle un ejemplar de la ley británica al doctor Luis Montés, de Leganés.

Esta etapa de desprecio por la vida terminó en 1945, con la derrota, no de Alemania, sino de la ideología nazi. Renació en los años 70, con la crisis del Cristianismo, la crisis del pensamiento -relativismo-, de la ciencia -resurrección del darwinismo- y con la cosificación del sexo y del hombre -aborto-.

Por cierto, al igual que ocurre en esta nueva etapa, fue la Iglesia romana, y buena parte de la Iglesia de Inglaterra, la que se opuso a la eugenesia y a su plasmación política: la ingeniería social, tan querida de todos los marxismos y todos los fascismos. Pero no se engañen, desde el primer momento la corrupción de lo mejor volvió a ser lo peor, y así, los darwinianos encontraron aliados en el seno eclesial. Escuchen al obispo de Birmingham, el anglicano monseñor Barnes: Cuando los que practican la religión se den cuenta de que si impidieran la supervivencia de los ineptos sociales estarían actuando conforme al plan divino según el cual Dios ha conducido a la humanidad en su caminar hasta ese punto, desaparecerán entonces sus objeciones hacia las actuaciones represivas.

Porque el monseñor ya está criando malvas. De otra forma, Barack Obama me lo contrata de reverendo.

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com