El elogio del monarca a su hijo en el discurso navideño tiene un precio: que don Felipe pare a su esposa, Doña Letizia, empeñada en la abdicación real.

Para Juan Carlos I ha resultado muy duro ganarse la enemiga de su hija, SAR doña Cristina de Borbón, tras oficializar la caída del Duque de Palma.

Como adelantara Hispanidad, no ha habido, ni habrá, abdicación real y sí un plante ante la pretensión de Pedro J. Ramírez de conseguir el cese regio.

Por su parte, Mariano Rajoy aplaude la decisión del Monarca aunque no le guste el contenido pedagógico del discurso, que cree nunca hubiera realizado con un Gobierno socialista.

Ha resultado la alocución navideña más difícil de todos para SM Juan Carlos I y sus ecos van a resonar durante semanas.

Tras el paréntesis navideño de la prensa, el lunes 26, San Esteban, el periódico asturiano La Nueva España titulaba con la interpretación unánime de la inmensa mayoría de la prensa española sobre el discurso de Nochebuena. A saber: "El Rey, sobre Urdangarín, sin citarlo: 'La justicia es igual para todos'".  

Y es cierto, pero esa no es la sentencia más importante de las muchas expresadas por su Majestad durante los 15 minutos que duró el discurso de Nochebuena. Juan Carlos I ya había decidido abandonar la causa de su yerno, Iñaki Urdangarín, que, aunque exagerada por los medios, no deja de resultar indefendible. La caída del Duque de Palma ya ha había sido adelantada por este diario, pero también la sensación errónea de que el adversario de la Monarquía era el probablemente corrupto Urdangarín, esposo de la Reina Cristina. No es así, el adversario del Rey de España, lo que más le preocupaba, era la actitud de su propio hijo, Don Felipe de Borbón, Príncipe de Asturias y heredero, quien se había contagiado de las prisas de su esposa, Doña Letizia, por acceder al Trono. La futura Reina de España desea la abdicación de su suegro y, en esa tarea, verdadera conspiración palaciega, le apoya el periodista Pedro J. Ramírez, director de El Mundo, cuyo poder se mide según los altos cargos a los que ha logrado descabalgar, desde el día en que propiciara la caída de Felipe González por los casos de corrupción de Filesa y de terrorismo de estado –caso Gal-.

El diario el Mundo ya tumbó al yerno, el Duque de Palma, y ahora iba a por el suegro, titulamos en su momento, y ahora insisto en ello. Vamos, que el problema del Rey no es Urdangarín, sino doña Letizia, convertida en aprendiz de brujo que, por su ambición y en unión con el director de El Mundo, ha excitado los ánimos de la corriente republicana española, tan potente como dormida. No olvidemos que los españoles sienten un gran respeto por Juan Carlos I pero consideran que su hijo, el Príncipe Felipe, no ha hecho mucho por ganarse el puesto.

Entendámonos: Pedro J. Ramírez no busca la república, sino su enaltecimiento personal, reforzar su poder a cambio de forzar la abdicación del monarca en el Príncipe. Y así, su amenaza latente consistía en iniciar otra marea de denuncias periodísticas, esta vez con el Rey como protagonista de escándalos económicos.

Frente a ese chantaje, Juan Carlos I ha reaccionado como debía: pactando con su hijo: que le pare los pies a su esposa a cambio de reafirmar su sucesión y de que doña Letizia –la mujer que trabajó en la Nueva España como periodista- y de expulsar al matrimonio Urdangarín-Cristina de Borbón, del seno de la Familia Real. No es fácil para un Padre romper con su hija. La Reina de España, doña Sofía no está de acuerdo pero ha tenido que admitirlo: ahora mismo, introducir el dilema monarquía-república no sería bueno para nadie pero, sobre todo, no sería bueno para la Casa Real. El Mundo titulaba el lunes con un lacónico "El Rey pasó el examen". Pero no duden que Ramírez forzará nuevas convocatorias.

Por eso, insisto en que la parte más relevante del discurso navideño no ha sido la aireada tautología regia de que la justicia es igual para todos, sino su elogio a su hijo, Felipe de Borbón. Ojo al dato: "En este tiempo he podido apreciar, aún más si cabe, el rigor y el acierto con que mi hijo, el Príncipe de Asturias, me acompaña, como heredero de la Corona, en el servicio a los españoles y a España". Estas palabras son consecuencia del pacto entre el Soberano y el heredero: una imagen de unidad sin fisuras, el reconocimiento de su herencia y de un casi co-reinado, a cambio, eso sí, de que el heredero embride a su esposa, mi ambiciosa paisana doña Letizia Ortíz Rocasolano para que deje de conspirar con su amigo, Pedro J. Ramírez. De esta forma, la sucesión podrá realizarse en tiempo y forma. Me consta que el Príncipe ya se ha aplicado a tan difícil tarea. Con el peligro, claro está, de que doña Letizia se rebele y se convierta en la Lady Di española, un panorama no muy deseable.

Y de postre, una ironía para los conjurados, uno de cuyos argumentos preferidos es la decrepitud real: "Quiero dar las gracias a tantos españoles que, en los últimos meses, se han preocupado por mi salud, felizmente recuperada".

Mientras, el nuevo Gobierno de Mariano Rajoy navega entre dos sentimientos. Por una parte, la desazón al comprobar que el discurso entraba en el ámbito político, por ejemplo, al convertir el desempleo en el objetivo único de la política económica. Eso es algo que PSOE y PP dicen pero no hacen. Tanto Zapatero como Rajoy luchan por ganarse la confianza de los rentistas, es decir, de los mercados financieros, prioritarios respecto al empleo y los salarios. Personalmente aplaudo la política económica que ofrece el Monarca pero también es verdad que ese discurso no lo habría pronunciado con un gobierno socialista.

Y es que Juan Carlos I está convencido –él sabrá por qué- de que su dinastía no depende de la derecha sino del beneplácito de la izquierda.

Y, también, Moncloa le está agradecido al monarca por su actitud firme ante ETA, envalentonada ante su arrogante propuesta de reconocimiento político, sólo por el hecho de que haya prometido dejar de asesinar, así como por su llamamiento a la unidad entre los españoles, que no deja de ser un llamamiento al sacrifico y a dejar a un lado las eternas pretensiones nacionalistas. La prueba de ello es que, tanto el presidente del Generalitat, Artur Mas, como, sobre todo, el portavoz nacionalista, Jou Erokoreka, han criticado al rey Borbón por su discurso de Nochebuena.

En cualquier caso, con este discurso, el Monarca ha atajado la conjura pro-abdicación y ha restaurado la relación con su hijo y heredero, que estaba rota.

Eso sí, como ya hemos recordado en estas pantallas, la histórica monarquía española no depende de la estabilidad en la sucesión sino de que la dinastía borbónica recupere su papel de referencia moral para los ciudadanos, como ejemplificación de los valores españoles. Y no hablo de los valores cívicos a los que el Monarca aludió en su discurso, también nobles y necesarios, sin duda alguna, sino de los valores cristianos, sin los cuales España pierde toda su esencia y, con ella, su futuro. Y eso no se arregla con un simple discurso navideño, por muy acertado que haya resultado.

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com