Los ciudadanos de la sociedad opulenta tienen un empacho de bienes materiales y de servicios, de comodidades y de vida facilitada, resultado de la bonanza económica de años pasados.
Todo ello dentro de lo que se ha venido a llamar estado del bienestar, en que los poderes públicos tienden a cubrir todas las necesidades del ser humano. Sin duda, ese estado de cosas ha ido creando hábitos y modos de vida, de gastos y endeudamiento, arraigados en la vida de las gentes, que choca con la crisis provocada por un ciclo económico negativo, de larga duración, como el que estamos sufriendo en el mundo entero, especialmente en los países del sur de Europa.
Buena parte de la clase política no acaba de percatarse de la situación en que se encuentra. Además de que siguen en su empeño en "contentar" a su electorado con el llamado dinero público —que no es otro que el dinero de nuestros impuestos, por tanto tuyo y mío—, otras inercias les condicionan: seguir con el mismo nivel de gasto de cuando las cosas iban bien, endeudándose si es necesario, trasladando la responsabilidad de devolver ese dinero a las generaciones futuras. Más no son solamente los políticos los inadaptados a esa nueva situación, también otros sectores sociales siguen reclamado "el estado de bienestar" tal como se ha vivido en tiempos de bonanza. Estas actitudes me recuerdan el síndrome del niño rico.
Los niños de casa rica están acostumbrados a tener todo lo que necesitan y aun todo lo que desean, y, si me apura, también les llegan todas las cosas que sus progenitores y padrinos hubieran deseado tener en su infancia. Aun así, pueden arrinconar lo que tienen y coger un berrinche si algo les falta. Esa experiencia, alargada en los años, crea hábitos de ansiedad por poseer bienes que es difícil eludir, que se traduce en un consumo y posesión de cosas en si mismas prescindibles pero que la adición las hace imperiosas.
Lo malo está cuando a la familia se le cierra el grifo de los ingresos y ha de apretarse el cinturón para adaptarse a la situación real: pero esto hay que saber y querer hacerlo. La otra alternativa es seguir con el ritmo de gasto, vendiendo bienes o hipotecando el futuro.
En España, los ingresos han disminuido y hace tiempo que no cubren los gastos de las épocas de vacas gordas, que a pesar de todo se han seguido haciendo al mismo ritmo. Para cubrir el saldo negativo nos hemos endeudado hasta las cejas, consiguiendo que los intereses disminuyan el disponible y haya que recurrir a nuevos créditos para pagarlos.
Sin embargo, con el último gobierno, administraciones, corporaciones publicas o sindicatos han seguido viviendo con el tren de vida de una casa rica, donde el afán de poder, manipulado persuasivamente por los medios de comunicación, ha ocultado la realidad; donde la inercia ha seguido los caminos del síndrome del niño rico: se ha operado como la aparente décima potencia económica mundial, mientras aumenta la pobreza en un importante grupo de población, y tenemos uno de los índices de paro mayor del mundo. Esperemos que el gobierno que salga de las elecciones celebradas el 20-N esté inmunizado contra ese mal.
Con menos dinero, el futuro ya no será como antes, y a corto plazo peor. ¿Pero, qué pasa con la sociedad civil? Los grupos de presión actúan, capaces de devorar a sus hijos. ¿Han visto alguna propuesta de los sindicatos para crear empleo? A jubilados y funcionarios se les aprieta el cinturón, mientras nuestros parlamentarios se apasionan con el manejo de los juguetes electrónicos que su presidente Bono les ha regalado con ese ahorro.
La sociedad civil ha quedado adormecida, colonizada por la política que lo invade todo. Hay mucho seguidismo y falta de liderazgo. El distanciamiento entre la vida política y la vida real lleva a la falta de confianza, y razones hay para ello. Siempre cabe que ese niño rico que anida en muchos adultos nos lleve al huerto, pero sería deseable un empeño aunado de nuestros políticos para salir del pozo en que estamos metidos.
Agustín Pérez Cerrada